El Puente Internacional Talismán - El Carmen que une a México y Guatemala, está desierto. No pasa nadie, ni nada. Los elementos del Instituto Nacional de Migración (INM) llevan el turno entre bostezos y charlas. A un costado, los agentes aduanales agotan el tiempo de igual manera luego que el cierre de la frontera por parte del gobierno deAlejandro Giammattei, parece haber aniquilado cualquier intento de actividad turística y comercial, al menos por de la vía legal entre ambas naciones.
Abajo del puente, en las catacumbas del río Suchiate, el comercio y turismo negro no tiene cautela y decenas de personas y mercancías cruzan a toda hora del día, dejando entrever que la estrategia del cierre de fronteras ha fallado.
La evidencia más clara son dos mujeres cincuentonas provenientes de Guatemala que deciden mojar las vestiduras y adentrarse en las aguas turbias del Suchiate. Entre sonrisas nerviosas soslayan la corriente de agua y avanzan a trompicones, acompañadas de un adolescente y una pequeña niña a la que literal, el agua le llega al cuello, luego que esta familia ha decidido no pagar el viaje en las balsas que están haciendo su agosto en pleno julio.
Contrario a ellos, muchos son los que prefieren mantenerse secos y alejados de las emociones fuertes, para eso tienen que desembolsar 10 quetzales (unos 25 pesos) y ocupar uno de los diez espacios en las balsas hechas con las cámaras de neumáticos de tractor sobre tablas, para cruzar río arriba en un lapso no mayor a cinco minutos.
Los balseros han hecho de las márgenes del río su territorio, un tanto hostil si perciben que alguien no abordara sus naves acuáticas. Desde que uno asoma las narices en los senderos de extravío,lo abordan para ofrecer el servicio de traslado aún muchos metros antes de llegar al atracadero de estas balsas pagar el servicio para que no les den atole con el dedo.
Aunque el mayúsculo problema resulta no serla operación de estos balseros y en un lapso de una hora por lo menos 76 personas han cruzado de Guatemala a Chiapas por esta vía. Es decir, en promedio de siete de la mañana a mediodía entre semana, cruzan unos 456 con autopartes y diversos artículos, morraletas y otros objetos que por el puente ni de chiste podrían cruzar.
Contrario a cuando inició la pandemia en la frontera sur donde el flujo de personas en los pasos informales era poco, ahora el tema de salud pública no agobia a muchos que utilizan estos pasos para cruzar de un país a otro, tomar transportes públicos y adentrarse en municipios de la frontera sur.
Pero, ¿cuántos de los que cruzan traen consigo el virus? La pregunta no tiene respuesta, pero sí una reacción escalofriante. Muchos de los viajeros de estas balsas no portan cubrebocas, mucho menos usan sanitizantes que los ayuden a evitar contagios del virus en las manos y después cuerpo adentro.
Se trata de una situación compleja y preocupante, que no es atendida por ninguno de los dos gobiernos involucrados, ocupados más en la retórica de “pandemia controlada” y “picos de contagios a la baja”, que realmente en la salud pública.
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