/ lunes 3 de diciembre de 2018

“Nos van a matar”, dijo mamá

Testimonio de Catarina López, una joven víctima de la violencia

Estaba muy contenta, feliz, porque ese día Catarina López se tomó la foto de la generación escolar, pero al llegar a su casa encontró a su madre preocupada. “Hija –le dijo sin poder ocultar su angustia– creo que nos vamos a tener que salir; dicen que nos van a correr de la comunidad. ¡Nos van a matar!”.

Aquella noche, hace dos años y seis meses, cambió violentamente la vida de Catarina, una jovencita, de 16 años que estaba por concluir sus estudios en la Escuela Secundaria Técnica número 100, en el ejido Puebla, municipio de Chenalhó.

“Hubo balazos en el pueblo… Tuvimos que escondernos para salvar la vida”, recuerda esta joven que hoy es la ‘vocera’ de las 54 familias indígenas tsotsiles desplazadas. Comprometida con su gente, Catarina es la “vocera” porque es la que mejor habla el español.

Platicamos en la puerta de la Escuela Normal Rural Mactumatzá, en Tuxtla Gutiérrez. Allí están refugiados 444 desplazados de los ejidos Puebla, en Chenalhó; Shulvó, Zinacantán; Tenango y Cintalapa, de Ocosingo, que forman parte de la Caravana Pies Cansados. Es su más reciente resguardo tras dos años de peregrinaje y después de que fueron violentamente desalojados de la plaza central de Tuxtla Gutiérrez.

Es difícil hablar del futuro. Permanecen en la “Mactumatzá” esperando el cambio de gobierno. Tienen la esperanza de que el nuevo gobernador Rutilio Escandón resuelva el conflicto de su localidad y puedan regresar a sus lugares de origen.



Catarina, por su parte, dice que ya debería estar estudiando la Prepa. Pero “ahorita no puedo llegar a la escuela y estudiar tranquilamente”. Su presente es: “Ayudar a mis compañeros. Me siento orgullosa. Es un esfuerzo. Lo primero es lo primero y si Dios me permite voy a seguir con mis estudios y si logro alguna meta, gracias a Dios. En este momento lo único que veo es ayudar a mis compañeros, porque veo el sufrimiento de ellos, que es muy doloroso y pues es lo que voy a hacer. Y después empezar una nueva vida, si el gobierno soluciona…”.

Recuerda que aquella noche, cuando su madre le dijo que estaban en peligro de que las asesinaran, preguntó: “¿Por qué? Si nosotros no hemos hecho nada…”

- Pues no te van a preguntar si has hecho algo o no has hecho nada -, le contestó mientras tomaba de la mano a sus cuatro hermanitos y abandonaron su vivienda, cerrando –como si de algo sirviera– con candado la puerta.

Esa noche la familia estuvo escondida en la casa de unos parientes. “Nunca había escuchado balazos”, dice Catarina. Pero desde su refugio, oyeron una gran balacera. “Mi mamá y yo estábamos llorando. Asustadas. Mi madre empezó a orar y a orar. Somos presbiterianos y los que nos atacaron también son presbiterianos. Y no habíamos hecho nada…”

Al día siguiente se enteraron que su casa había sido saqueada y después la quemaron. Todo lo destruyeron. También supieron que habían asesinado a don Guadalupe Cruz Hernández; que, sin haber hecho algo malo, les había pedido perdón, pero “no tuvieron piedad”. Esto ocurrió el 26 de mayo de 2016. Yo tenía 16 años”, recuerda bien la fecha.

Al paso de los años supo que esa violencia se desató por un conflicto político entre el PVEM y el PRI, donde los matones, que ellos llaman “paramilitares” son simpatizantes de Rosa Pérez Pérez, actual presidenta municipal de Chenalhó.

Su padre salvó la vida porque, milagrosamente, estaba fuera de la comunidad. Al mediodía le llamaron a su celular, pero no entró la llamada. Esperaban ayuda, pero todos estaban encerrados en sus viviendas y tampoco había transporte.

Su única alternativa fue correr a esconderse en el monte. Cuando empezó a oscurecer, como a las 6:00 de la tarde, abandonaron su comunidad sigilosamente, sin nada más que la ropa que traían puesta.



Caminando en la noche llegaron a una comunidad vecina, donde lograron conseguir un transporte para llegar a la cabecera municipal de Chenalhó, donde se refugiaron temporalmente, para después seguir a San Cristóbal. Así comenzó la historia del éxodo que hoy no termina.

Estaba muy contenta, feliz, porque ese día Catarina López se tomó la foto de la generación escolar, pero al llegar a su casa encontró a su madre preocupada. “Hija –le dijo sin poder ocultar su angustia– creo que nos vamos a tener que salir; dicen que nos van a correr de la comunidad. ¡Nos van a matar!”.

Aquella noche, hace dos años y seis meses, cambió violentamente la vida de Catarina, una jovencita, de 16 años que estaba por concluir sus estudios en la Escuela Secundaria Técnica número 100, en el ejido Puebla, municipio de Chenalhó.

“Hubo balazos en el pueblo… Tuvimos que escondernos para salvar la vida”, recuerda esta joven que hoy es la ‘vocera’ de las 54 familias indígenas tsotsiles desplazadas. Comprometida con su gente, Catarina es la “vocera” porque es la que mejor habla el español.

Platicamos en la puerta de la Escuela Normal Rural Mactumatzá, en Tuxtla Gutiérrez. Allí están refugiados 444 desplazados de los ejidos Puebla, en Chenalhó; Shulvó, Zinacantán; Tenango y Cintalapa, de Ocosingo, que forman parte de la Caravana Pies Cansados. Es su más reciente resguardo tras dos años de peregrinaje y después de que fueron violentamente desalojados de la plaza central de Tuxtla Gutiérrez.

Es difícil hablar del futuro. Permanecen en la “Mactumatzá” esperando el cambio de gobierno. Tienen la esperanza de que el nuevo gobernador Rutilio Escandón resuelva el conflicto de su localidad y puedan regresar a sus lugares de origen.



Catarina, por su parte, dice que ya debería estar estudiando la Prepa. Pero “ahorita no puedo llegar a la escuela y estudiar tranquilamente”. Su presente es: “Ayudar a mis compañeros. Me siento orgullosa. Es un esfuerzo. Lo primero es lo primero y si Dios me permite voy a seguir con mis estudios y si logro alguna meta, gracias a Dios. En este momento lo único que veo es ayudar a mis compañeros, porque veo el sufrimiento de ellos, que es muy doloroso y pues es lo que voy a hacer. Y después empezar una nueva vida, si el gobierno soluciona…”.

Recuerda que aquella noche, cuando su madre le dijo que estaban en peligro de que las asesinaran, preguntó: “¿Por qué? Si nosotros no hemos hecho nada…”

- Pues no te van a preguntar si has hecho algo o no has hecho nada -, le contestó mientras tomaba de la mano a sus cuatro hermanitos y abandonaron su vivienda, cerrando –como si de algo sirviera– con candado la puerta.

Esa noche la familia estuvo escondida en la casa de unos parientes. “Nunca había escuchado balazos”, dice Catarina. Pero desde su refugio, oyeron una gran balacera. “Mi mamá y yo estábamos llorando. Asustadas. Mi madre empezó a orar y a orar. Somos presbiterianos y los que nos atacaron también son presbiterianos. Y no habíamos hecho nada…”

Al día siguiente se enteraron que su casa había sido saqueada y después la quemaron. Todo lo destruyeron. También supieron que habían asesinado a don Guadalupe Cruz Hernández; que, sin haber hecho algo malo, les había pedido perdón, pero “no tuvieron piedad”. Esto ocurrió el 26 de mayo de 2016. Yo tenía 16 años”, recuerda bien la fecha.

Al paso de los años supo que esa violencia se desató por un conflicto político entre el PVEM y el PRI, donde los matones, que ellos llaman “paramilitares” son simpatizantes de Rosa Pérez Pérez, actual presidenta municipal de Chenalhó.

Su padre salvó la vida porque, milagrosamente, estaba fuera de la comunidad. Al mediodía le llamaron a su celular, pero no entró la llamada. Esperaban ayuda, pero todos estaban encerrados en sus viviendas y tampoco había transporte.

Su única alternativa fue correr a esconderse en el monte. Cuando empezó a oscurecer, como a las 6:00 de la tarde, abandonaron su comunidad sigilosamente, sin nada más que la ropa que traían puesta.



Caminando en la noche llegaron a una comunidad vecina, donde lograron conseguir un transporte para llegar a la cabecera municipal de Chenalhó, donde se refugiaron temporalmente, para después seguir a San Cristóbal. Así comenzó la historia del éxodo que hoy no termina.

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