Jiquipilas.- Juegan en la tierra, imaginan que son ingenieros, abogados, astronautas, políticos, corredores de autos, deportistas, jinetes, nada parece importarles, saben de los rostros de preocupación de sus madres, pero no desconocen los motivos, así son los niños que viven en la comunidad Emiliano Zapata, un sitio ocupado por el Movimiento Campesino Regional Independiente (Mocri-CNPA-EZ) desde hace varios años.
Trepan entre los árboles para poderse llevar una fruta a la boca, mientras que los más pequeños esperan que los mayores les arrojen de lo que cortan para también degustar del fruto de la naturaleza.
Otros se divierten en la cancha de basquetbol improvisada, varios andan descalzos, disfrutando de la tierra, moviéndose de un lado a otro, a ellos no les llegan las noticias de los desalojos, se divierten en serio imaginándose múltiples situaciones aunque saben que hay problemas porque escuchan versiones de sus padres, aun así parece no preocuparles tanto.
A la hora de comer se meten a sus casas construidas ya sea de nailon, tablas o ramas, ayudan a cargar un poco de leña, se emocionan con mamá en espera de que su papá llegue al hogar con la cosecha, sabiendo que la comida del día será frijol con tortillas, o si bien les va, hoy tocará arroz.
Apenas llega la adolescencia, entre los 14 y 15 años, y pronto se convierten en madres y andan con su niño en brazos, acuden a las reuniones de la agrupación, y claman para que cese el desalojo.
La preocupación en las mujeres va más allá de ser detenidas, su angustia está en quedarse sin un sitio donde vivir, ellas desconocen si hay algún proceso legal o no por esas tierras, ellas llegaron acompañadas de sus esposos para poder tener un hogar, y ahora lo único que esperan es que se les garantice el derecho a un techo.
El 80 por ciento de ellas no habla español, su comunicación es a través del tzotzil, situación que las limita a conocer más a fondo sobre lo que pasa con los desalojos, escuchan y conocen lo que dicen sus maridos, las conversaciones que hay en la colonia, pero hasta allí, por ello la incertidumbre crece al no saber cuándo vendrán por ellos.
Una de las lugareñas, se quedó sin marido y sin un hijo, denunció el asesinato de ambos, situación por la cual hasta la fecha sigue clamando justicia, deseando que la investigación dé con los responsables de aquel crimen que la dejó sola, por ello su miedo es aún mayor, no quiere ser desalojada.
Ahora son las mujeres las que piden diálogo con las autoridades, a sabiendas que si lo hacen los hombres, pueden ser capturados por la fuerza pública, de allí que ahora son ellas las que esperan ser escuchadas y que se les dé una solución para no quedarse en la calle.
Las mujeres que habitan en esta tierra se dedican a las cuestiones del hogar, a velar por sus hijos, hacen tortillas con el maíz que obtienen sus maridos, su única labor es respaldarlo y criar a sus pequeños.
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