El 7 de julio de 2014 la tierra sacudió territorio chiapaneco y dejó afectaciones en decenas de municipios.
Huixtla, en ese entonces, fue el epicentro de la destrucción. Cientos de familias quedaron a la deriva, sin techo y en total incertidumbre.
Han pasado seis años desde aquel fatídico movimiento telúrico y hasta el presente las secuelas se mantienen a simple vista.
Decenas de viviendas en la cabecera municipal y zonas rurales de Huixtla permanecen sin ser rehabilitadas, convertidas en nido de alimañas y refugio de indigentes, que aprovechan la desolación de viviendas antiguas y algunas construidas durante el siglo pasado.
La Secretaría de Desarrollo Agrario, Territorial y Urbano ( Sedatu) informó dos meses después del siniestro, que mil 742 casas habían resultado dañadas, de las cuales 261 tenían daño total y otras 265 fueron reconstruidas en sitios distintos porque se encontraban en zonas de riesgo.
La estela de destruición y abandono no culminaría en ese año. Para 2017, otra sacudida dejaría afectaciones que hasta la fecha no son claras para el gobierno mexicano, dejando a más pobladores a la deriva.
En la esquina de las Avenidas González Ortega Norte y Zarco una casa con arquitectura ambigua connota que Huixtla aún conserva sus tintes históricos.
Pero para vecinos de estas calles que conectan hacia la zona centro de la Ciudad de la Piedra, los fétidos olores que expide esta vivienda son insoportables cuando el sol cae a quemarropa.
Incluso por fuera esta vivienda, representación del olvido de las autoridades, está pintarrajeada con una insignia del grupo pandillero Barrio 18.
Diario del Sur constató que, al menos, 40 viviendas están deshabitadas a consecuencia de daños en las estructuras.
Sólo en la calle Belisario Domínguez, a escasas cuadras del parque central, tres casas están de pie por puro milagro.
Los cimientos son tan débiles que al mínimo sismo podrían caer, han sido también abandonadas por sus dueños, que saben no se pueden habitar, y por las autoridades que no se asoman siquiera desde hace años.
Le Sedatu dejó a medias el recuento de daños y, principalmente, la demolición, rehabilitación y reubicación de aquellas casas que alguna vez existieron en un padrón.
Hasta entonces, los huixtlecos esperan dos cosas: el próximo sismo fuerte y la reparación de estos hogares.