Sonaba “Con Nombre de Guerra” de Héroes del Silencio y Mónica se preparaba para abordar la pista de baile con tacones altos, minifalda y blusa atrevida. Su mirada se extraviaba en tantos rostros que no reconocía y la obligaba a preparar el aterrizaje forzoso. Llegaba la hora de la “danza inmoral” ante decenas de espectadores que, con actitud lasciva, soltaban la carrillera de aplausos y ánimos para la chica en turno.
Los movimientos de su cuerpo dependían del estado de ánimo. Si su actitud era baja el baile era fallido, pero aun así dilataba la pupila de los presentes al caer de sus ropas. Si salía al escenario con actitud gallardete perfeccionaba movimientos sensuales que mataban a muchos deseosos por ella.
Mónica hace remembranza de una de esas danzas mientras acepta hablar de su pasado. Recuerda la primera vez que tuvo que ascender con entera vergüenza hasta el tubo y culebrear su cuerpo a desazón, mientras los aullidos de los “perros” le erizan la piel ante la letal ignominia que la devora.
Ahora ya no recurre al desnudo físico pero sí al del alma. También desviste todas las vicisitudes que tuvo que sortear para sobrevivir en un mundo al que ella denomina “plástico”.
Con voz trompicada y sincera, desmantela la situación que viven cientos de centroamericanas que llegan a México con la idea barata de mejorar su calidad de vida en las engañosas labores de la prostitución. Sin embargo, la tierra prometida se convierte en una Sodoma que arde a fuego lento y quema las entrañas.
En una entrevista inusual, la también migrante hace intermitencias en sus relatos. El pretérito la quiebra en miles de pedazos y toma suspiros para reanudar la charla con su interlocutor. Entonces pide disculpas y continua saboreando el agridulce de esa sombra que asegura la perseguirá hasta el día de su muerte.
El periplo de Mónica comenzó el 17 de febrero de 2011 a las 5:00 horas, cuando decidió salir de su natal Guatemala para viajar a Chiapas, México. Las causas que la orillaron a apartarse de su familia fueron las mismas por las que atraviesan cientos de centroamericanos: la precariedad, el hambre y la falta de oportunidades laborales y sociales.
“Llegas a un punto donde no quieres nada, te das cuenta que a pesar de que tienes un techo abres la alacena y no hay absolutamente nada qué comer”, explica con la voz cansina y apagada.
Relata que fue enganchada por una amiga colombiana que salía con un tipo del cual nunca supo su nombre. Ambos le ofrecieron el viaje a México con la promesa de tener mejor trabajo y vida. A sabiendas que estaba a punto de adentrarse a una realidad poco admisible, aceptó la propuesta y sin maleta en mano más que sus temores e incertidumbre, partió hacia una nación para ella desconocida.
“No me despedí de mi madre, sólo tomé el teléfono y le avisé que me iría a México a trabajar. Ella me dijo que tuviera cuidado y que no fuera a hacer una tontería”, recuerda.
Ahora, como a punto de arrojarse a una piscina con agua helada, exclama un “venga la primera pregunta”, entonces se lanza y toca fondo.
¿Mónica, sabías tú la situación a la que te enfrentarías en México?
Yo sabía a lo que iba. No directamente pero sí tenía una idea porque me dijeron de lo que se trataba. En realidad no me obligaron a hacer nada, estaba entendido que yo iba a bailar y beber, el resto ya era decisión mía.
En el camino pensaba muchas cosas, mi cabeza asimilaba que quizá nunca más regresaría a casa. Desde que partí de casa hasta que llegué a Tecún Umán (ciudad fronteriza con México), sentí muchas cosas que ahora no puedo explicar, pero sí había ansiedad, quería saber qué pasaría y lo que se me vendría encima. Me dijeron que estaría en un lugar bien para trabajar sólo como bailarina.
Le pedí mucho a Dios que me librara de todo mal, pues estaba consciente a lo que iba, no a lo que pasaría allá.
¿Qué imaginabas y cuál era la realidad al llegar a México?
Nada de lo planeado resultó como tal. Ni siquiera llegué al lugar a donde me habían dicho que llegaría. La persona que habría de recibirme en Chiapas nunca llegó, la buscaron pero no dieron con ella.
Yo crucé la frontera por el río Suchiate y allí me advirtieron que si el INM nos llegaba a parar no hablara ante los oficiales. No recuerdo concretamente cómo llegué, pero cuando vi ya estaba en la casa de las chicas que trabajaban para el centro nocturno.
¿Comías bien, advertiste injusticias o maltratos a tu persona al llegar?
La alimentación corría a cuenta de cada chica. Si querías te alimentabas. Había mucha restricción en cuanto a que una tenía que avisar dónde andaba. La cena nos la cobraban en el antro y lo descontaban del pago diario. Nos obligaban a asistir a fiestas para echar desmadre con los clientes. De allí dependía si una quería involucrarse de lleno con los hombres, así se podía ganar más dinero.
Yo le empecé a ver lo bueno al trabajo desde el momento en que comencé a enviar plata a Guate, pero lo peor vino después, conforme iba avanzando en este mundo oscuro. A pesar de la situación yo aún no veía lo malo, apenas me acomodaba a ese nuevo mundo, que en realidad sí es otra dimensión.
¿Recuerdas cuántas chicas estaban en tu misma situación?
Éramos 21 mujeres pero sólo tenía contacto con algunas. Eran cinco mexicanas y el resto de distintos países de Centroamérica, de mi país sólo éramos dos. De allí encontré hondureñas, que eran las que más abundaban, una dominicana, una panameña y una nicaragüense.
Había cosas que no me entraban en la cabeza, como ver a mujeres casadas y con hijos que trabajaban para mantener al marido. Imagínate, trabajando en eso para darle de comer a su familia y a los mantenidos de sus maridos.
¿Cuándo comenzó el infierno?
Mi infierno ya había empezado, sin darme cuenta ya me había metido a la cueva del lobo pero aún no me quemaba. Al principio me dejaban hacer lo que yo quería o tomaba decisiones propias. No sé qué tanto influyeron las chicas que estaban en mi entorno.
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Me recriminaban que fuera una “mosca muerta”, que si sólo iba a bailar nunca iba a ser alguien en la vida. Me pedían que hiciera cosas porque yo llegué con una mentalidad de niña comparada con ellas. Yo no llevaba intenciones de ser una canija o tener colmillo.
El infierno comenzó desde el momento en que yo puse un pie en México.
¿Y ese infierno cómo se iba materializando?
Empecé a fumar y beber más. No llegué a la adicción del alcohol, pero sí le entraba bastante. Me di cuenta que caí profundo cuando me metí drogas. Probé muchas cosas que se dan en ese mundo. El infierno estaba completo cuando me involucré por plata con un hombre.
¿Ganabas buena plata?
Sí, incluso recuerdo que el primer pago que recibí fue de 1, 800 pesos. Llegué a ganar mil dólares en una semana. A diario, depende lo que estuviera dispuesta a hacer, podía ganar hasta mil pesos. Conforme fui avanzando en ese ambiente fui ganando más plata.
¿Hiciste algo para salir del hoyo estando en México?
Yo desde que entré a todo ese mundo sabía que lo mío era el estudio. Iba con el plan de quedarme un año metida en ese rollo y luego regresar a mi país a estudiar, pero bien dicen que si quieres hacer reír a Dios cuéntale de tus planes.
En este mundo podrido conocí a alguien y comencé a involucrarme sentimentalmente con él, platicábamos en todo momento y ese fue el parte aguas para que yo me independizara de la casa de las chicas.
Conocí a muchos hombres que me ofrecieron dinero, casa, carro, viajes, de todo. Se te atraviesa gente que te trata muy mal y daña, pero también personas que ofrecen cosas y uno ahí pudiera aprovechar, sin embargo, no sabía cómo hacerlo por la falta de colmillo.
¿Qué pasó después con este hombre?
Seguía trabajando y le pedí un tiempo porque ya me sentía más involucrada con ese entorno. Tenía la necesidad de estar adentro bebiendo (…) ya se había convertido ese infierno en una adicción desde el momento en que comencé a competir para ser una de las mejores.
¿Entonces querías seguir hundiéndote en ese hoyo?
Sí, lo admito. Comencé a competir con las chicas. Me arreglaba más, me perfumaba, incluso me pinté el cabello. Quería tener un puesto allí adentro y aunque resulte absurdo quería ser la mejor; también ahí hay categorías y hay que saberse ganar un lugar.
¿A esas alturas, qué necesitabas tener para seguir caminando?
Poder.
¿Existía un control sanitario para que las chicas pudieran laborar?
Sí, por supuesto, era un requisito que no podíamos esquivar. Todos los lunes teníamos que llegar con un papel certificado por el médico particular o público, de otra forma no podíamos estar adentro.
¿Aun así, notaste anomalías en el proceso de revisión médica?
Mi pavor más grande desde que entré al mundo de la prostitución fue contraer alguna enfermedad, por eso decidí atenderme en privado. No me consta nada en el sector público porque no acudí nunca a algún hospital de este tipo, aunque no descarto la posibilidad de que hubiera irregularidades. Había mujeres que sí se veían sucias en el aspecto de tener alguna enfermedad.
¿Cuál fue el big bang existencial que te hizo abrir los ojos?
Yo empezaba a involucrarme más con él, a conocer más gente, me ofrecían más plata pero me exigían una operación de senos. A pesar de estar en la cúspide no sabía qué hacer, porque yo quería tener una familia y ser una mujer de hogar. Por el otro lado estaba el hecho de continuar en este infierno.
Cuando yo estaba hasta arriba, nos enviaron a una fiesta privada. ¿Qué pasó en esa fiesta? No recuerdo nada, sólo que me emborraché y probé drogas. Perdí el conocimiento y desperté hasta el otro día a las 11:00 horas. Estaba en un hotel y no recuerdo cómo llegué a dar allí.
Estaba golpeada y tenía moretones en las piernas, cara y espalda bastantes fuertes. Recuerdo que vomitaba y le tuve que hablar a una de las amigas. Pasé casi una semana postrada en cama y comencé a sentirme más vacía. Ahí fue donde supe que esto tenía que parar.
¿Tu vacío comenzó desde que te acostaste con hombres a cambio de dinero?
Sí, pero también lo hice sin pedir dinero a cambio, para tratar de llenar ese vacío y sentirme con valor humano, para no sentirme usada. Cuando él regresó de un viaje de negocios de la Ciudad de México, hablamos y le dije que quería alejarme de todo ese mundo. Fue así como comencé otro tipo de vida.
¿Tu madre supo que eras prostituta?
Sí se enteró, no en su momento pero sí cuando yo comencé a alejarme de esto. Mi mamá decide hacer un viaje a Tapachula y conoce a la persona con la que yo me involucré sentimentalmente. Para ese entonces yo ya estaba con él y alejada del infierno.
Mi madre se quedaba sola en la casa porque yo me iba a la universidad. Durante la semana que estuvo conmigo, en una de esas ocasiones que salió a comprar a la tienda se encuentra con una de las vecinas y ya traían el chisme de lo que yo había sido.
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A mi mamá le cuestionaron por qué me permitía este tipo de situaciones. Tuve muchos problemas con mi familia cuando viajé a Guatemala porque ya no me querían dejar regresar a Tapachula.
Yo decido regresar y a raíz de eso perdí comunicación con mi gente durante casi un año. Hasta el momento no me han tocado el tema y dudo mucho que lo quieran tocar.
¿Cómo concluyes que es ese mundo, el de la prostitución?
No podría criticar en su totalidad a ese mundo. A final de cuentas ese mundo me ayudó a salir de muchas deudas y mandar plata a mi casa. Sin embargo puedo decir que todo es plástico. Te ven como un objeto, buscan quién es la que más cuesta, la que más plata genera.
Allí adentro hay algo muy claro: hay de putas a putas. Existen las que son de clase y las corrientes. Lamentablemente también existe discriminación en un mundo liderado por drogas y dinero.
No tengo las palabras para describir ahora ese mundo.
¿Qué les dirías a las mujeres que buscan engancharse a este mundo de plástico?
Que lo piensen bien. Aunque muchos dicen que adentrarse a este mundo es el camino fácil, en realidad se trata de uno de los golpes más duros en la vida, sobre todo para una mujer cualquiera que sea su condición.
No sólo es recibir plata, se trata también de lidiar con gente que busca aprovecharse de una. Mi consejo es que no lo hagan.
Esta es una sombra que jamás podré quitarme de encima, que me perseguirá hasta el día de mi muerte.
Mónica volvió a su natal Guatemala por algún tiempo y se hizo madre de dos niñas. Después regresó a México, ahora en Tuxtla Gutiérrez, donde se dedica a la cosmetología. Un accidente la ha frenado un poco en la búsqueda de oportunidades laborales, pero sigue en marcha apoyada por dos muletas.
Su futuro es incierto y quizá sus dos hijas nunca sepan el pasado de su madre, lo que sí afirma es que trabajará duro para que sus hijas tengan lo necesario, eso intenta a diario.
Como ella existen cientos de casos de mujeres que son enganchadas con engaños, para enfilarlas en la renta de carne humana en la frontera sur de México.
En Chiapas la prostitución es un mal disfrazado de oficio sin control social, que ha cobrado la vida de algunas mujeres y socavado la voluntad humana de otras. Las chicas de plástico actúan todas las noches y se han convertido en una cotidianidad caracterizada por vejaciones y la trata de personas.
El infierno es un sitio ígneo que surge desde adentro de cada uno; Mónica lo descubrió y ahora busca apagar las llamas que aún le calcinan las entrañas.