El nuevo puente inaugurado en Tuxtla Gutiérrez se ha convertido en un punto de encuentro y pernocta para cientos de migrantes, principalmente venezolanos, quienes lo han transformado en su refugio temporal. A pesar de las adversidades, como el clima extremo y las enfermedades, los migrantes ocupan áreas estratégicas del paso a desnivel Torre Chiapas, donde sobreviven recolectando plásticos y limpiando parabrisas para reunir fondos y continuar su travesía hacia el norte.
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Jairo Nieves, un migrante venezolano, comenta que han encontrado tanto personas solidarias como indiferentes. Todos sueñan con llegar a los Estados Unidos, pero enfrentan múltiples dificultades. Muchos niños sufren de diarrea y picaduras de mosquitos, y la comida local les resulta demasiado picante. Aunque algunos les ofrecen monedas, también hay quienes los rechazan, creyendo que sus intenciones no son buenas.
Los migrantes han tramitado su documentación en la oficina de migración estadounidense y esperan una cita desde hace un mes y medio para continuar su viaje. Relatan que llegaron a Chiapas a través de la frontera México-Guatemala y, al llegar a Tapachula, intentaron obtener asilo o permisos temporales en el Instituto Nacional de Migración (INM), pero no tuvieron éxito. Algunos presentan documentos del INM que solo reflejan el conteo de personas atendidas, y se les informa que serán trasladados a la Ciudad de México, llevándolos en autobuses a Tuxtla Gutiérrez.
A muchos los traen de noche o en la madrugada, dejándolos en libertad en las calles de la ciudad, pero sin documentos que respalden su situación. A menudo son víctimas de engaños y violaciones a sus derechos humanos, y no pueden quejarse ni denunciar ante ninguna autoridad, lo que los expone a diversas amenazas. Los hombres están en alerta constante, preocupados por la seguridad de los niños, las mujeres y las embarazadas que se encuentran en grupos dispersos por la ciudad.
Los migrantes también relatan que aquellos que intentan viajar en autobús a la Ciudad de México desde Tuxtla Gutiérrez, con boletos que costaron 1,450 pesos, son bajados del transporte por personal del INM en La Pochota. Para poder continuar, deben pagar mil pesos a los agentes que realizan la revisión, lo que perpetúa el maltrato y la violación de sus derechos humanos.
Jeyner Alejandro Valdez, un joven de 18 años, expresa que el INM no brinda la atención necesaria a los migrantes y que solo les otorgan documentos que fingen ser permisos de permanencia. Además, ha notado un aumento en el racismo y rechazo por parte de la población. Muchos de los migrantes que pernoctan en el paso a desnivel buscan reunir dinero para continuar su camino, recolectando plástico y aluminio de los contenedores de basura para vender. La mayoría duerme en la vía pública y enfrenta el hambre; para muchos, su alimento más básico es un bolillo con agua.
La situación de los migrantes se complica con el clima, enfrentándose a calor extremo y lluvias, lo que les ha causado alergias, gripes, tos, dolor de estómago y fiebre. Algunos presentan discapacidades y todos piden comprensión a la población local. Entienden que su presencia puede molestar a algunos, pero huyen de su país debido a la crisis económica, la violencia y la persecución, mientras que el gobierno de Nicolás Maduro despoja a las familias de sus negocios, favoreciendo a empresas chinas.
El futuro de los migrantes es incierto, lleno de dolor, sufrimiento y hambre, además del desprecio de muchos. Uno de ellos, que llegó a Tuxtla Gutiérrez desde Villaflores, donde cruzó la frontera sur, espera reunirse con sus padres y dos hermanos menores que vienen en camino. Aunque están lejos de alcanzar sus sueños, mantiene la esperanza de que algún día se hagan realidad.
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