/ viernes 13 de septiembre de 2019

Maximiliana Sántiz, una mujer indígena de éxitos

Sufrió golpes y discriminación en la escuela

Bachén es una comunidad indígena tsotsil enclavada en las frías y altas montañas del municipio de Chamula, de donde salió Maximiliana Sántiz Pérez, a sus 13 años de edad, en julio del 2007, en contra de la voluntad de sus padres motivada por la sed y hambre de triunfo.

Han pasado 12 largos años de aquella determinación en que la niña rompió la tradición patriarcal, las mujercitas no tenían derecho de estudiar, sino esperar el tiempo para procrear; pero ella se armó de valor para comentar a sus padres que había tomado la decisión de migrar, la que de inmediato fue rechazada.

Pese al rechazo de los suyos, la adolescente se dijo con valor para no aceptar las órdenes de su familia; primero tuvo miedo, tomar la decisión no le fue fácil, pero a sus 25 años ha regresado a su lugar de origen como profesionista, con título en mano de arquitecta, egresada de la Universidad Autónoma de Chiapas.

Cuenta que cursaba los 13 años cuando decidió salir de casa, el que se opuso rotundamente fue su señor padre; la primera parada sería ingresar a la secundaria, derecho que le fue negado por su propia familia, fue reconvenida que tenía que aprender a pedir permiso, tener la autorización de sus padres.

El castigo por la desobediencia era no seguir estudiando, no obstante, llegó a San Cristóbal de Las Casas, donde dos de sus hermanos mayores Mercelino y Flaviano cursaban la secundaria y preparatoria, respectivamente, quien la inscribió en otra secundaria.

Maximiliana Sántiz Pérez narró que estudiar en diferentes colegios se le complicó mucho porque no podía hablar español, sólo su lengua materna; sostiene, “llegué a la escuela sin saber ni una sola palabra, entonces se me dificultó, pero también sufrí discriminación e insultos y hasta llegué a recibir golpes de mis compañeros porque yo era muy distante, por lo que no podía platicar con ellos”.

Su condición social y económica la obligó a trabajar y estudiar, en los recesos tenía que avanzar con su tarea, aprovechar al máximo su tiempo, se le complicaba mucho; señala que su primer empleo fue como mesera en una cocina económica, y luego surgía la interrogante del porqué el estudio si se podría casar y vivir bien o regresar a su pueblo.



Para el mundo que la rodeaba en San Cristóbal de Las Casas, la cosmovisión de su pueblo y la cultura patriarcal, no tenía por qué soportar todo ese desprecio y discriminación; pero, ella se resistía y soñaba con que algún día habría de lograr su profesión.

Comenta que en los primeros semestres de la preparatoria tuvo compañeros que la insultaban, ya que sus rasgos nativos no eran aceptados, “algunos maestros quisieron acosarme, me veían sola y desprotegida, pero la verdad es que eso nunca me importó y yo iba a lo que iba, a estudiar, a buscar el éxito”.

Su limitado español la hacía buscar ayuda en el diccionario o a alguien que sabía hablar español y tsotsil, para que le explicara; poco a poco fue mejorando, ahora le cuesta un poco. La ansiedad por el éxito la llevó a romper barreras, muros y diques de contención, expuso.

“Logré llegar a Tuxtla Gutiérrez, donde ya se encontraba mi hermano Flaviano; en la Escuela Preparatoria Número 5 encontré ayuda con una maestra que me guio en mis estudios, aunque al terminar la prepa una discusión con mi hermano me hizo quedarme sola, me fui a vivir a la casa de una profesora que me ofreció techo y comida y ahí seguí hasta que terminé la universidad.



“Aparte, me pagaba por los quehaceres de su hogar, con mucho sacrificio compré mi laptop, la verdad es que me costó muchísimo, ya estaba en segundo o tercer semestre cuando sentía que tenía que comprármela; veía a mis compañeros que llevaban la suya y dije ‘quiero comprarme la mía’, con el respaldo del esposo de la maestra que me había recibido en su hogar”, explica la joven profesionista.

“Tardé tres años para pagar mi computadora, la gané con mucho amor, me costó mucho, hoy les puedo decir a las mujeres y no sólo mujeres y chavos que quieren superarse, que no es nada fácil, pues habrá obstáculos y habrá momentos en los que sentimos que ya no podemos, pero la verdad es que sí se puede con mucho esfuerzo y perseverancia y luchar por un sueño vale la pena”.

Dijo que fue la primera fémina en salir de su pueblo en busca del éxito, por eso la gente la veía con malos ojos de cómo era posible que una mujer saliera de su comunidad, “entonces sí se me complicó el panorama y tuve muchos años sin ver a mis papás”.



Con la seguridad del éxito alcanzado, afirma que al término de cada etapa de su estudio mostró a sus padres sus papeles; la realidad es que en cada una fue muy dolorosa. Actualmente trabaja en un despacho de arquitectos, donde le va bien, “me gusta lo que hago, agarrando experiencia, anteriormente trabajé en una constructora, también aprendí mucho”.

La verdad, asevera, es que aquí no termina mi sueño, ahorita tengo planes de estudiar una maestría, ya sea nacional o internacional, quiero echarle muchas ganas al trabajo para poder ahorrar y pagarme una maestría, no tengo tiempo para pensar en otra cosa que no sea el éxito y a ello convoco a mis hermanos indígenas a soñar, decidirse y triunfar.


Me gusta lo que hago, agarrando experiencia en mi trabajo en el despacho de arquitectos, anteriormente trabajé en una constructora, también aprendí mucho, me va a servir

MAXIMILIANA SÁNTIZ PÉREZ

ARQUITECTA


A los 13 años salió de su pueblo dispuesta a triunfar en la vida y lograr una carrera universitaria, logrando ser arquitecta

EL SUEÑO…


Tuvo que trabajar desde muy pequeña para poder estudiar y comprarse sus cosas, como una computadora que pagó durante 3 años

EL SACRIFICIO…

Bachén es una comunidad indígena tsotsil enclavada en las frías y altas montañas del municipio de Chamula, de donde salió Maximiliana Sántiz Pérez, a sus 13 años de edad, en julio del 2007, en contra de la voluntad de sus padres motivada por la sed y hambre de triunfo.

Han pasado 12 largos años de aquella determinación en que la niña rompió la tradición patriarcal, las mujercitas no tenían derecho de estudiar, sino esperar el tiempo para procrear; pero ella se armó de valor para comentar a sus padres que había tomado la decisión de migrar, la que de inmediato fue rechazada.

Pese al rechazo de los suyos, la adolescente se dijo con valor para no aceptar las órdenes de su familia; primero tuvo miedo, tomar la decisión no le fue fácil, pero a sus 25 años ha regresado a su lugar de origen como profesionista, con título en mano de arquitecta, egresada de la Universidad Autónoma de Chiapas.

Cuenta que cursaba los 13 años cuando decidió salir de casa, el que se opuso rotundamente fue su señor padre; la primera parada sería ingresar a la secundaria, derecho que le fue negado por su propia familia, fue reconvenida que tenía que aprender a pedir permiso, tener la autorización de sus padres.

El castigo por la desobediencia era no seguir estudiando, no obstante, llegó a San Cristóbal de Las Casas, donde dos de sus hermanos mayores Mercelino y Flaviano cursaban la secundaria y preparatoria, respectivamente, quien la inscribió en otra secundaria.

Maximiliana Sántiz Pérez narró que estudiar en diferentes colegios se le complicó mucho porque no podía hablar español, sólo su lengua materna; sostiene, “llegué a la escuela sin saber ni una sola palabra, entonces se me dificultó, pero también sufrí discriminación e insultos y hasta llegué a recibir golpes de mis compañeros porque yo era muy distante, por lo que no podía platicar con ellos”.

Su condición social y económica la obligó a trabajar y estudiar, en los recesos tenía que avanzar con su tarea, aprovechar al máximo su tiempo, se le complicaba mucho; señala que su primer empleo fue como mesera en una cocina económica, y luego surgía la interrogante del porqué el estudio si se podría casar y vivir bien o regresar a su pueblo.



Para el mundo que la rodeaba en San Cristóbal de Las Casas, la cosmovisión de su pueblo y la cultura patriarcal, no tenía por qué soportar todo ese desprecio y discriminación; pero, ella se resistía y soñaba con que algún día habría de lograr su profesión.

Comenta que en los primeros semestres de la preparatoria tuvo compañeros que la insultaban, ya que sus rasgos nativos no eran aceptados, “algunos maestros quisieron acosarme, me veían sola y desprotegida, pero la verdad es que eso nunca me importó y yo iba a lo que iba, a estudiar, a buscar el éxito”.

Su limitado español la hacía buscar ayuda en el diccionario o a alguien que sabía hablar español y tsotsil, para que le explicara; poco a poco fue mejorando, ahora le cuesta un poco. La ansiedad por el éxito la llevó a romper barreras, muros y diques de contención, expuso.

“Logré llegar a Tuxtla Gutiérrez, donde ya se encontraba mi hermano Flaviano; en la Escuela Preparatoria Número 5 encontré ayuda con una maestra que me guio en mis estudios, aunque al terminar la prepa una discusión con mi hermano me hizo quedarme sola, me fui a vivir a la casa de una profesora que me ofreció techo y comida y ahí seguí hasta que terminé la universidad.



“Aparte, me pagaba por los quehaceres de su hogar, con mucho sacrificio compré mi laptop, la verdad es que me costó muchísimo, ya estaba en segundo o tercer semestre cuando sentía que tenía que comprármela; veía a mis compañeros que llevaban la suya y dije ‘quiero comprarme la mía’, con el respaldo del esposo de la maestra que me había recibido en su hogar”, explica la joven profesionista.

“Tardé tres años para pagar mi computadora, la gané con mucho amor, me costó mucho, hoy les puedo decir a las mujeres y no sólo mujeres y chavos que quieren superarse, que no es nada fácil, pues habrá obstáculos y habrá momentos en los que sentimos que ya no podemos, pero la verdad es que sí se puede con mucho esfuerzo y perseverancia y luchar por un sueño vale la pena”.

Dijo que fue la primera fémina en salir de su pueblo en busca del éxito, por eso la gente la veía con malos ojos de cómo era posible que una mujer saliera de su comunidad, “entonces sí se me complicó el panorama y tuve muchos años sin ver a mis papás”.



Con la seguridad del éxito alcanzado, afirma que al término de cada etapa de su estudio mostró a sus padres sus papeles; la realidad es que en cada una fue muy dolorosa. Actualmente trabaja en un despacho de arquitectos, donde le va bien, “me gusta lo que hago, agarrando experiencia, anteriormente trabajé en una constructora, también aprendí mucho”.

La verdad, asevera, es que aquí no termina mi sueño, ahorita tengo planes de estudiar una maestría, ya sea nacional o internacional, quiero echarle muchas ganas al trabajo para poder ahorrar y pagarme una maestría, no tengo tiempo para pensar en otra cosa que no sea el éxito y a ello convoco a mis hermanos indígenas a soñar, decidirse y triunfar.


Me gusta lo que hago, agarrando experiencia en mi trabajo en el despacho de arquitectos, anteriormente trabajé en una constructora, también aprendí mucho, me va a servir

MAXIMILIANA SÁNTIZ PÉREZ

ARQUITECTA


A los 13 años salió de su pueblo dispuesta a triunfar en la vida y lograr una carrera universitaria, logrando ser arquitecta

EL SUEÑO…


Tuvo que trabajar desde muy pequeña para poder estudiar y comprarse sus cosas, como una computadora que pagó durante 3 años

EL SACRIFICIO…

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