El volcán Chichón sorprende con un cráter de un kilómetro de diámetro, a mil metros sobre el nivel del mar, en la cadena de montañas que dominan las colinas, laderas y los campos del norte de Chiapas.
Poco después del mediodía del primer sábado de este marzo, bajo un sol despiadado, el rumor de viento seco hiere el silencio y da cuenta que hay personas caminando en el lecho del cráter. 160 metros allá abajo, en el fondo, hay una verde laguna y una zona donde borbollea agua caliente y manan ligeras columnas de humo.
El Chichón, o Chichonal, es un volcán activo, con un historial de 12 erupciones explosivas en ocho mil años. La penúltima fue hace cerca de 550 años y la última inició el 28 de marzo de 1982 y concluyó ocho días después, en la madrugada del domingo 04 de abril, con un saldo de más de dos mil personas muertas y 20 mil desplazadas, en un área de 10 kilómetros a la redonda.
El cráter aparece repentinamente a la vista, apenas el sendero remonta unos arbustos. El camino recorre más de cinco kilómetros de pastizales, colinas, laderas y acantilados. Inicia allá abajo, en una parte casi plana donde existió la comunidad Viejo Volcán, antes que quedara sepultada bajo cenizas y arena y el flujo piroclástico engullera lo poco que pudo haber quedado en pie.
El volcán Chichonal, con siete explosiones en 1982, tres de las cuales fueron fuertes y dos formaron columnas de alrededor de 20 mil metros, por encima de la estratósfera, calcinó a más de diez poblados y rancherías. Uno de éstos fue Francisco León, la cabecera del municipio que lleva el mismo nombre, que era la vez el centro de concentración de los pueblos indígenas zoques asentados en la zona.
PODER DEVASTADOR
El volcán Chichonal, que toma su nombre de una especie de palma que habita en las laderas y bosques bajas del sur de México y Centroamérica, y que en su lengua los zoques le llaman “tsitsun” o Chichón, se levanta con sus seis kilómetros de área volcánica en territorios de cuatro municipios. En el lado sur está Francisco León, en el oriente Chapultenango, en el poniente y norte están Ostuacán y Pichucalco. El municipio de Francisco León desapareció casi en su totalidad.
Además de cenizas, pómez, flujo piroclástico y material incandescente, a la cabecera municipal de Francisco León, cinco kilómetros al pie del volcán, le pasó encima el agua caliente de un lago que se había represado en el cauce del Río Magdalena y cedió el dique el 26 de mayo del mismo año. Al bloquear las rocas y arenas del río grande, se había formado un lago de cuatro mil metros de largo y 400 metros de ancho, con cerca de 100 mil metros cúbicos de agua a 80 grados centígrados.
Las aguas arrasaron con lo que quedaba de la arquitectura de un exconvento católico. Asimismo, dejaron un reguero de piedras y arenas y animales muertos por toda la ribera del río que pasa por el pueblo de Ostuacán antes de desembocar a las aguas de la presa Peñitas.
En el atlas “La región del volcán Chichón, Chiapas: un espacio potencial para su protección, conservación y desarrollo sustentable”, en el que intervinieron varios investigadores, entre ellos la vulcanóloga Silvia Ramos Hernández, se señala que el volcán, en 1982, desapareció por completo la fauna y flora en 10 kilómetros a la redonda.
Hoy, desde la cima del volcán, se otean a lo lejos verdes campos, colinas y montañas. Hombres de comunidades como El Naranjo, Francisco León, El Volcán, Guadalupe Victoria, Esquipulas Guayabal y San Pablo Tumbac coinciden en que la tierra es tan fértil como antes, cuando la producción se centraba en el café, cacao y maíz, aunque la ganadería fuera el privilegio de unos cuantos.
Y del cráter, se ven ligeras fumarolas.
Es un volcán activo, pero en calma, ha dicho, hace unos días, la vulcanóloga Silvia Ramos.
Coordinadora del Centro de Monitoreo Vulcanológico y Sismológico, de la Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas, Ramos Hernández ha dedicado una gran parte de su vida a monitorear el volcán Chichonal.
Dice ella que la cámara magmática, el hirviente caldero del Chichonal, está a unos ocho kilómetros de profundidad del cráter.
—¿Dormiría tranquila, si viviera en alguna parte del área de afectaciones del volcán? –le pregunté.
Sonrió. Dijo tener los conocimientos que en algún momento le permitirían saber si el volcán ha empezado a variar su estado.
La misma pregunta he hecho a varias personas que perdieron sus pueblos o familiares aquél 28 de marzo, pero que años después retornaron cerca o a su lugar de origen.
Entonces, no tardan en empezar a relatar las actividades volcánicas previas a las erupciones de 1982.