TOMÁS CARRASQUILLA Y LA IDEA DEL POETA

Piedra de toque

Ricardo Cuéllar Valencia

  · jueves 16 de mayo de 2019

En el apartado que Jorge Alberto Naranjo dedica en Estudios de filosofía del arte. 15. Aquí y ahora lo ignoto, antes de la cita que retomamos, el analista comenta en breve que “Esa sinceridad supone fidelidad al tiempo y a las circunstancias. Asumir la exigencia de lo Real Presente, de sus enigmas, no evadirlo por la mediación del arte sino arrostrarlo. Lo usual es que tras lo Simbólico y lo Imaginario, lo Real se posponga, se deje para mañana (Deleuze- Parnet, Diálogos)”. Obviamente se trata de una crítica a los modernistas y “su fuga nostálgica hacia el pasado y lo lejano…”. La fidelidad al tiempo y a las circunstancias es lo fundamental, lo que demanda la estética poética de don Tomás. Leamos el texto y luego lo comentamos:

“El poeta, por lo mismo que lo abraza todo, no puede prescindir de lo que informa la esencia de su ser moral. He aquí por qué la patria le pide a sus poetas que en algo la reflejan, que en algo la canten; que si el espíritu de esos poetas lleva todas las luces y sus corazones todos los sentimientos del orbe, refieran y apliquen tantas riquezas y excelencias a sus patria, ya sea en el orden moral, ya en el físico; ya directa, ya indirectamente. Si mi buen amigo (don Tomás se dirige a Max Grillo): todo no lo ha de ser para la Europa actual, ni para Grecia y el Egipto, que ya pasaron. Verdad que “lo que fue ya no existe” tiene especial encanto para la fantasía soñadora; verdad que lo remoto produce mirajes, y que la fruta del cercado ajeno será la eterna provocación; pero también es cierto que, para quien lleva la belleza en el alma, para quien siente la intuición de la vida, lo mismo es lo de hoy que lo de ayer, igual lo próximo que lo distante. La hermosura es como la felicidad: se busca afuera, pero está adentro; se busca en el pasado o en futuro, pero no deja de existir en el instante que se vive. El recuerda poetiza y transfigura; más la sensación de la actualidad no se repite nunca, por mucho que lo procuremos. En esta eterna novedad de cada instante, en esta alma que le vamos transmitiendo, minuto por minuto, a cuanto nos rodea, se cifra el poema de cada existencia. ¿Por qué, entonces, rechaza el escritor su época y su ambiente? ¿Por qué no le cuenta su ensueño a sus coterráneos, que que habrán de sentirlo y complacerlo mejor que nadie?

Lo ignoto, Maximiliano, está en todas partes. En lo ignoto vivimos, en lo ignoto respiramos. Ese soplo misterioso que anima la flor simbólica del Ganges sacrosanto, también anima los geranios de un jardín bogotano; ese sol que alumbró la euritmia del Partenón y el ara de la diosa, es el mismo que fulgura en las cumbres del Tolima, que convierte en lirios virginales las ermitas de los cerros santafereños, que arranca destellos de oro al trigo que te alimenta. De lo mismo que están formados el Parnaso y la fuente Castalia, lo que están las alturas de Guadalupe y Monserrate, la linfa cristalina de Padilla y el légamo de Funza. El sueño no es solo María Bashkirtseff, no Delfina Gay ni la Ponpadour; es cualquier amiga tuya, de esas columbinas de ojos y de formas, columbinas en la gentileza y en el arrullo. El misterio no sólo Isis tras el velo: es Adán desnudo, en la eterna inconciencia de la humanidad. Ella es el símbolo, ella es el misterio. Todo rasgo, todo hecho humano que anote el arte, algo significa y revela”.

El planteamiento es una puesta en cuestión a la no atención al presente propio, “una invitación a despertar a la realidad misteriosa que nos rodea y que permanece innominada por nuestra desidia y nuestra fruición con lo exótico”, afirma el comentarista de don Tomás. Otro punto es la posición ante el símbolo y la realidad. Escribe Naranjo: “La miseria del simbolismo es la miseria de la realidad”. Y termina afirmando: “Su obra es un símbolo de la humanidad que somos, aquí y ahora”. El llamado se centra en “captar la música esencial de nuestras almas paisas y cordilleranas”. Me parece que es una postura críptica, que ronda lo nacional como un factor de exclusividad, pues lo de Adán desnudo se circunscribe a lo local, a lo paisa. El naturalismo tuvo su momento literariamente histórico y su validez es necesaria como una búsqueda. Mucha tinta ha corrido en el siglo XX y el XXI para seguir pensando en los círculos concéntricos de lo local. Tomás Mann comentó que el Quijote no se circunscribía a lo meramente español, pues su olfato de escritor y lector le permitió considerar que allí estaba retratada la humanidad, precisamente por la capacidad de simbolizar personajes y realidades no para retratar como lo entendieron casi toda la generación del 98 española a sus vidas y derrotas. Sin negar lo español el Quijote se encumbra sobre la Mancha y sus diversos territorios no para alejarse de ellos si no para entender y cifrar mejor los lenguajes de esas realidades. Si se observan las intertextualidades de la obra quijotesta se comprenderá mejor lo que afirmamos. La maravilla de Carrasquilla no se cierra o encierra en las almas paisas y sus cordilleras pues dejaríamos muertas esas almas que han tenido un profundo sentido de la aventura y de romper fronteras. Falta una lectura que nos enseñe lo colonial hispanoamericano en la Marquesa de Yolombó pues la pretensión de don Tomás Carrasquilla, pese a su naturalismo no lo podemos restringir a lo local en tanto que los actos y gestos de muchos de sus personajes son coloniales, en especial de los hombres del poder, civiles y religiosos.



Compartimos, sin embargo con Naranjo el planteamiento siguiente: “El presente es maravilloso: el milagro de la reiteración, ese viaje en las fronteras de sí mismos, esa obra en marcha que es vivir, por supuesto son un poema, el “poema de cada existencia”. Y esto es nietzscheano hasta la médula”.

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