Dejemos que hable el maestro, el novelista, el pensador: “El artista, lejos de apartarse de las masas, en todas quiere mezclarse. Mientras más iletrados y analfabetas, mejor le satisfacen. El artista es un ser sin gravedad, sin asiento, sin formula de ningún linaje. Es un ser ingenuo, pueril, cándido, a veces majadero y siempre chiflado o romántico. Si tal no fuera, dejaría de ser un artista, porque el arte es una infancia vitalicia”. Los sectores que componen las llamadas masas son los habitantes de los campos y las ciudades portadores de ricos y variados saberes de su experiencia humana, de las maneras de asumir sus vidas reales en las diversas relaciones sociales en las que están inscritos. Los adjetivos “ingenuo, pueril, cándido, a veces majadero y siempre chiflado o romántico” refieren en el mejor de los casos a la capacidad de asombro, de maravillarse. Pero advierte en escritor:“Ahora bien: si trabaja el artista objetivo sobre un elemento falso, fabuloso; sobre una patraña, una hechicería o un agüero; sobre los misterios de mentiras, con sensaciones ficticias o anacrónicas, ¿Resultará algo estético? Claro que no. Resultará una obra imaginativa, curiosa. –Erudita si se quiere-, divertible acaso; pero sin trascendencia, sin filosofía, sin utilidad; resultará un artificio gracioso, un juguete del momento. ¿Deberá el ingenio humano derrocharse en tales ñoñerías? Cada cual hace de su capa sayo. Si estas lucubraciones son realmente una faz de la mentalidad contemporánea y del refinamiento artístico; si no son una broma de dandis, una ociosidad amable, tengo para mi santiguada que el tan decantado modernismo es un verdadero retroceso, un retorno a los tiempos del preciosismo, del pastorismo, y a las mil puerilidades de una época de frivolidad y afeminación. ¡Qué anacronismo más extraño! Desechar en este momento histórico los ideales egregios del arte, por cincelar camafeos grecorromanos; descuidar los hermosos e innúmeros problemas que hoy se plantean, para engolfarse en las patrañas clásicas de los pueblos antiguos e incognitos; desoír la esfinge-humanidad por descifrar la esfinge-faraón; no fijarse en la X del porvenir por despejar los mitos prehistóricos, son cosas que no podemos concebir los simples habitantes de estas Batuecas. ¿Si habrá, realmente en Europa, quien se preocupe de símbolos antiguos o modernos? Pues lo que es por aquí ni por la Santa Cruz nos desvelamos… ¡Símbolos y misterios a estas horas!... Tanto nos hemos avispado, que ya no nos asustan ni los espantos de la naturaleza, ni los de la religión, ni tampoco los de la ciencia, desde que no sea la quirúrgica, por supuesto. Por más que los sacerdotes de Isis quieran insuflarnos el misterio, no nos vuelven aquellos tiempos mágicos en que ningún mortal podrías siquiera arrimarse al telón que cubría el divino monicongo”. La crítica es bien dirigida a las desorientaciones de muchos de los escritores y creadores del momento dadas las elecciones temáticas a las que se han aferrado; a las aprensiones de ciertos simbolismos “por su voluntad de resacralizar y reactivar creencias ya desuetas, son “anacronismos”, comenta con precisión Naranjo.
17. Arte de la fuga.
“Cualquier prójimo medio leído comprende, desde luego, que las formas artísticas no deben tener la claridad y la precisión escueta de las didácticas; que el lenguaje figurado, la parábola, el símbolo y otros varios recursos retóricos se han hecho expresamente para las obras de arte; que los artífices, por el hecho de ser tales han de tener sus atrevimientos, sus genialidades, sus rarezas; que cierta vaguedad, cierta esfumación, son muy propias para representar sensaciones y aun ideas; que, mediante determinados rodeos y eufemismos, se pueda sugerir una cosa cualquiera, sin expresarla abiertamente; que ciertas medias tintas determinan muy bien los objetos a la vez que les trasfiguran; que todas estas partes denuncian habilidad en las materia. Más de todo esto a lo otro media alguna diferencia. No es lo mismo el crepúsculo que las tinieblas, ni los caprichos y bizarrías pueden resaltar sino en un conjunto armónico, en un sistema, en un método: si todo es caprichoso y bizarro, ¿Qué van a resaltar? Resaltaría, en tal caso como sucede, efectivamente, el “caprichismo” elevado a la categoría de efecto estético. “La rapsodia del caos” se llama esta figura.
Tanto valor se les ha dado últimamente a las formas sugestivas e integradoras, que muchos artistas, en todos los ramos, se han valido, por lograrlas de los recursos más violentos y descabellados”.
Así pues que no se trata de didactismo como suponen los mediocres; que deben conocerse los artificios de todos los tiempos y saber hacer de ellos los posibles atrevimientos y sus rarezas acudiendo al genio propio para crear con suficiente audacia.
El analista que hemos invitado es muy claro en entender al maestro Carrasquilla y por ello es necesario darle la palabra: “Las objeciones son a valorizar esos recursos hasta convertirlos en los que dan a las cosas tratadas su manera de ser y aparecer, siempre veladas, siempre ausentes de carnadura y sustancia, bosquejos de lo que fueron, ecos de lo que dijeron, trazas apenas de su realidad, mientras se desglosan en símbolos de índole bastante caprichosa. Las objeciones se dirigen hacia los excesos y no al uso de los recursos del arte. La misma elocuencia del párrafo, la amplitud con que se describen las gracias que pueden ofrecer esos recursos como el uso apropiado son las señas de un dominio consiente por parte del crítico de la materia con que trata. La excelente “Entrañas de niño”, que publicó después del barullo de las Homilías, muestra bien hasta donde era Don Tomás un maestro de sugestividades, medias tintas e esfumaciones”.