Sobre el tiempo

Luis Armando Suarez

  · martes 26 de diciembre de 2017

Las fiestas decembrinas son una gran oportunidad paraestar tranquilos, dueños de nuestro tiempo,  rodeados de nuestrosseres amados y queridos, principalmente de la familia,arrellanados  en este maravilloso regazo que es el hogar. Sepresenta un  impasse laboral que nos permite adentrarnos en unaatmósfera afectiva y espiritual. El reencuentro con eso que comúny consuetudinariamente buscamos a lo largo del año pero que nosestá vetado por el trabajo, los compromisos, las actividades,excepto uno que otro auspicioso fin de semana que resultapropicio.

Es tiempo para el amor, la fraternidad, paracompartir  momentos agradables sin tener conciencia de que eso queconocemos como tiempo –el Cronos griego que devoraba a suspropios hijos- nos atenaza cada día con sus premuras. Es unamanera de escaparse de la realidad que está cercada por cadaminuto que transcurre.

Quizá sea nuestra única posibilidad de abstraernosde la realidad, evadirnos un poco de la fuerte presión quesignifica estar sometidos al tiempo, a ese concepto de que somospresa, de las horas y los minutos, y de su cumplimiento inexorabletal como destinemos ocuparlo durante los quehaceres de cada día,durante los días laborales.

Difícilmente se puede tener conciencia de un suceso,de una situación, de una circunstancia, mientras permanecemosdentro de ella. Por eso es importante poner distancia, sustraerse,como cuando se le pide opinión a la pareja, al amigo, alcompañero de trabajo sobre un asunto, conscientes de que desde superspectiva ve de otra manera las cosas y tiene otro punto de vistaque complementa y enriquece el nuestro.

En buena medida tuve esa sensación durante estasfiestas navideñas. La sensación, sumamente disfrutable,  dehaberme salido parcialmente de la prisión de lo que conocemos como“el tiempo”, la medida de cada fracción de nuestra existenciacon respecto al trabajo, al sueño, a la comida, al amor, al juego,al deporte, todo va midiéndolo y limitándolo sigilosamente esapoderosa e inalterable presencia, imposible de evadir, que es eltiempo.

Para los de nuestra generación quizá permanece ennuestra memoria más recóndita ese constante y periódico sonidoque producían las manecillas del segundero en los viejos relojesde sala que acostumbraban tener nuestros abuelos y eseinconfundible golpeteo marcó de alguna manera para nosotros elritmo de la vida, el paso del tiempo, el proceso paulatino que esmarcha irrefrenable hacia el final del camino. Nuestra percepcióndel tiempo es, por eso, seguramente más sensorial o necesitamosque así lo sea.

Nunca he tenido la ocurrencia de preguntar a losjóvenes de  las recientes generaciones cómo conciben el tiempo,ó si tienen también ellos una relación sensorial marcada poralgún fenómeno terrenal u otra concepción que es de tipo másabstracto, más conectado quizá con lo visual puesto que vierontranscurrir el tiempo en la pantalla de sus relojes electrónicoscon los números de conteo ascendente en el segundero o quizá mástortuosamente, con los dígitos que marcaban las fracciones desegundo; y eso probablemente haga que conciban el tiempo como algomás precipitado y veloz que nosotros, quienes crecimos a la sombrasonora de los relojes de pared o de aquellos de sala, de pedestal ypéndulo,  con su cucú incluido.

Pero y qué de aquellos a quienes les correspondiómarcar su propio tiempo, medirlo –ellos sí lo medían y no erancomo quizá lo somos nosotros en la actualidad, medidos por él-con el legendario reloj de arena, con la clepsidra. Un tiempo máslento, ¿más espacioso? De lo cual podríamos inferir , más alláde las teorías científicas, de que el tiempo no es algogeneralizadamente estable y constante para todo mundo sinorelativo, tanto comparándolo entre aquellas antiguascivilizaciones, y la nuestra, ¿por ejemplo? O para sersincrónicos - como dicen los lingüistas-, no es lo mismo eltiempo para mí que para el muy acaudalado y exitoso empresario quemide sus minutos por cantidad de dólares o euros obtenidos (timeis money).

Puede ser que el tiempo es el alma de este mundo,sabemos que existe pero se nos esconde, lo buscamos como nuestroaliado mejor pero su presencia nos indica únicamente que a cadamomento nos devora; sin embargo, qué enorme es puesto que enningún lugar podemos estar sin él, ocupa todos los espacios. Poreso decidí en esta ocasión rendirle un pequeño tributo.

Al final del camino, el tiempo es otro atributohumano creado y surgido de una abstracción racional. No he tenidonoticias de otro ser vivo a quien le inquiete tanto ese hecho, esapresencia inamovible en el individuo como lo es tiempo. Tengonoticias de que hay microorganismos que permanecen unos cuantossegundos, que ni respiro tendrían para pensarlo,  así como haymamíferos y árboles centenarios a quienes tampoco les ha ocupadoun pequeño espacio de su tiempo la necesidad de pensar sobre estemismo tema.

Por eso creo que la precepción del tiempo, sucompañía, su avasallamiento, es una realización estrictamentehumana pero que bueno es de vez en cuando jugarle una mala pasada yhacerle notar que lo hemos dejado de lado; que nos hemos liberadode la esclavitud a que nos tiene sometidos.

Inclusive , hasta cuando dormimos, un profundoresorte nos incita a que no olvidemos su presencia. ¿O no le haocurrido a usted amable lector, lectora, que al poner eldespertador para el día siguiente y proponernos levantarnos a unahora precisa  nuestro reloj interno se adelanta al otro que hemoscomprado para ello?

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