/ jueves 7 de febrero de 2019

Pierde Cintalapa un memorioso hombre: Austreberto  Cruz Serrano

Conocí a don Austreberto cuando emprendí la última fase de estudio de la Vida y obra de Rodulfo Figueroa. Un alumno de Letras Hispanoamericanas en Tuxtla me lo recomendó. Nos encontramos en un café, en la esquina del parque central. Allí inicio una larga conversación y sobre todo una grata amistad. Era un hombre de afable trato. Siempre con una sonrisa de apertura para la conversación. Conocía familiares, amigos de la familia Figueroa, anécdotas, historias. Me habló de la relación del poeta con el espiritismo. Me enseño la casa dónde práctico algunas sesiones espiritistas y el corredor donde compuso, la Sandunga; de este momento me relató el suceso que hizo posible le escritura, en un rato, del poema. Y de sus caminatas cantando y tomando una copa, a caballo por el pueblo. Me habló de su trato caritativo con los enfermos en la hacienda Santiago, allí preparaba ungüentos y tomas a los más pobres, además un hospedaje en un cuarto que su madre le ayudó a improvisar y de su último trayecto hacia la muerte, después de visitar una finca amiga, cerca de la hacienda de su padre, don Esteban Figueroa.

Yo había llegado la primera vez a Cintalapa acompañado de mi amiga, Patricia Mota, contratada como fotógrafa. Eso no lo olvidamos pues don Estaban Figueroa, hijo de un hermano del poeta, me había facilitado una camioneta en Tuxtla con chofer, viáticos y, obvio, contactos en los alrededores de la hacienda Santiago. Allí le declaré mi amor a Patricia y sellamos el compromiso. Cintalapa es nuestra primero testigo de honor. Ella tomó las últimas fotografías antes que derrumbaran la capilla de la hacienda.

En el primer encuentro con don Austreberto hablábamos de Cintalapa y de sus hombres, obvio de su familia, de los Serrano, de los Burguete, de los Toledo, de la vida de la hacienda Santiago y de la muerte de su propietario conservador, don Esteban Figueroa casado con doña Cecilia, hija del gobernador José Gabriel Esquinca, en manos de mercenarios del entonces gobernador, Joaquín Miguel Gutiérrez, por disputas políticas-militares.

Un día le comenté a don Austreberto de la presencia en Chiapas del general José María Melo y de inmediato me dijo: aquí vive un Melo, seguro que es familiar del general. Me llevó a la humilde casa de don Cuauhtémoc Melo Granados Vázquez. Fuimos en mi coche. Allí estaba el hombre, quien nos recibió amablemente. En una pared tenía varios grabados y fotos de un hijo del general, su abuelo. Luego hicimos una memorable entrevista, que conservo inédita. Hijo de un hijo de don José María, este heredero había nacido en una cueva por los alrededores de Cintalapa, mientras su padre y esposa huían en medio de las refriegas liberales y conservadores durante los años de la Revolución. Los Melo siempre fueron liberales radicales perseguidos en Chiapas. Su abuelo, Máximo Melo Granados, hijo del general, fue maltratado, así lo consignan los periódicos de la época. A Máximo, casado con una hija del Ángel Albino Corzo, gobernador de Chiapas, los malos tratos a la familia enloquecieron a la esposa de Máximo, Amada, la arrastraron por las calles, sin piedad. Tema de una novela en curso.

Don Austreberto era un hombre recatado, a ciertas preguntas me respondía con una sonrisa de aceptación, a veces con malicia y en otras con puro silencio. A las aceptadas me daba una larga explicación. En otras ocasiones me enseño lugares, personas y amigas. Me preguntaba por mis pasos en la vida y mis travesuras. Fuimos creando una relación cómplice, de grata recordación.

Sus crónicas son puros recuerdos, celebraciones de hechos históricos, cívicos, discursos. También era poeta. De verdad no conocí sus composiciones. Era amigo de todos los presidentes municipales. No militaba en partido alguno, pero era amigo de todos. Así son los hombres integrales, conocen la lealtad y la memoria viva la dedican a los momentos que lo merecen.

Desde las palabras de don Austreberto, de sus recuerdos, lecturas me fue posible entrar en detalles de la vida, formas y costumbres de los hombres y mujeres de Cintalapa. También traté a otros cronistas y hacendados, recuerdo con afecto a los Toledo, atentos y generosos. Por supuesto que yo era amigo de Javier Espinosa Mandujano, hijo de Jiquipilas, población del Valle de Cintalapa, profundo conocedor de esas tierras.

Don Austreberto sabía de las relaciones de los Figuera y los Serrano. Un su tío Serrano vivía en Guatemala, había invitado al joven Rodulfo a estudiar a Guatemala, allí lo instaló, gracias a sus dificultades de salud por la altura de la capital para seguir viviendo en la ciudad de México, donde se le conoció como poeta en los círculos literarios de entonces. El señor Serrano era profesor de un colegio en la capital guatemalteca y de allí viene la leyenda de que en una conferencia del poeta Rubén Darío en dicho colegio se conocieron los dos poetas, el famoso nicaragüense y el chiapaneco. Ese hecho lo cuentan también en Guatemala.

Tengo entendido que la casa donde habitó don Austreberto la vendió al municipio para instalar allí el Museo Rodulfo Figueroa. La última vez la vi en reconstrucción.

El día que entregue mi última parte del trabajo de investigación sobre la obra médica del poeta, estoy decidido a regalar toda la información que poseo, libros, folletos, fotografías, fotocopias de documentos y revistas para el Museo. No debo permanecer con esa información en mi biblioteca personal, sería un acto y pretensión egotista. Todo debe pertenecer al lugar donde se guarda la memoria del poeta.



Desde esta nota doy mi más sentido pésame a la familia de mi amigo, Austreberto Cruz Serrano y a todos los cintapalanecos que generosamente colaboraron con mi trabajo de investigación sobre el primer poeta moderno de Chiapas: Rodulfo Figueroa. Allí depositaré todo lo que recogí en Chiapas, Guatemala y Colombia. Un abrazo para todos. (Continuaré con La presencia femenina en las letras colombianas).

Conocí a don Austreberto cuando emprendí la última fase de estudio de la Vida y obra de Rodulfo Figueroa. Un alumno de Letras Hispanoamericanas en Tuxtla me lo recomendó. Nos encontramos en un café, en la esquina del parque central. Allí inicio una larga conversación y sobre todo una grata amistad. Era un hombre de afable trato. Siempre con una sonrisa de apertura para la conversación. Conocía familiares, amigos de la familia Figueroa, anécdotas, historias. Me habló de la relación del poeta con el espiritismo. Me enseño la casa dónde práctico algunas sesiones espiritistas y el corredor donde compuso, la Sandunga; de este momento me relató el suceso que hizo posible le escritura, en un rato, del poema. Y de sus caminatas cantando y tomando una copa, a caballo por el pueblo. Me habló de su trato caritativo con los enfermos en la hacienda Santiago, allí preparaba ungüentos y tomas a los más pobres, además un hospedaje en un cuarto que su madre le ayudó a improvisar y de su último trayecto hacia la muerte, después de visitar una finca amiga, cerca de la hacienda de su padre, don Esteban Figueroa.

Yo había llegado la primera vez a Cintalapa acompañado de mi amiga, Patricia Mota, contratada como fotógrafa. Eso no lo olvidamos pues don Estaban Figueroa, hijo de un hermano del poeta, me había facilitado una camioneta en Tuxtla con chofer, viáticos y, obvio, contactos en los alrededores de la hacienda Santiago. Allí le declaré mi amor a Patricia y sellamos el compromiso. Cintalapa es nuestra primero testigo de honor. Ella tomó las últimas fotografías antes que derrumbaran la capilla de la hacienda.

En el primer encuentro con don Austreberto hablábamos de Cintalapa y de sus hombres, obvio de su familia, de los Serrano, de los Burguete, de los Toledo, de la vida de la hacienda Santiago y de la muerte de su propietario conservador, don Esteban Figueroa casado con doña Cecilia, hija del gobernador José Gabriel Esquinca, en manos de mercenarios del entonces gobernador, Joaquín Miguel Gutiérrez, por disputas políticas-militares.

Un día le comenté a don Austreberto de la presencia en Chiapas del general José María Melo y de inmediato me dijo: aquí vive un Melo, seguro que es familiar del general. Me llevó a la humilde casa de don Cuauhtémoc Melo Granados Vázquez. Fuimos en mi coche. Allí estaba el hombre, quien nos recibió amablemente. En una pared tenía varios grabados y fotos de un hijo del general, su abuelo. Luego hicimos una memorable entrevista, que conservo inédita. Hijo de un hijo de don José María, este heredero había nacido en una cueva por los alrededores de Cintalapa, mientras su padre y esposa huían en medio de las refriegas liberales y conservadores durante los años de la Revolución. Los Melo siempre fueron liberales radicales perseguidos en Chiapas. Su abuelo, Máximo Melo Granados, hijo del general, fue maltratado, así lo consignan los periódicos de la época. A Máximo, casado con una hija del Ángel Albino Corzo, gobernador de Chiapas, los malos tratos a la familia enloquecieron a la esposa de Máximo, Amada, la arrastraron por las calles, sin piedad. Tema de una novela en curso.

Don Austreberto era un hombre recatado, a ciertas preguntas me respondía con una sonrisa de aceptación, a veces con malicia y en otras con puro silencio. A las aceptadas me daba una larga explicación. En otras ocasiones me enseño lugares, personas y amigas. Me preguntaba por mis pasos en la vida y mis travesuras. Fuimos creando una relación cómplice, de grata recordación.

Sus crónicas son puros recuerdos, celebraciones de hechos históricos, cívicos, discursos. También era poeta. De verdad no conocí sus composiciones. Era amigo de todos los presidentes municipales. No militaba en partido alguno, pero era amigo de todos. Así son los hombres integrales, conocen la lealtad y la memoria viva la dedican a los momentos que lo merecen.

Desde las palabras de don Austreberto, de sus recuerdos, lecturas me fue posible entrar en detalles de la vida, formas y costumbres de los hombres y mujeres de Cintalapa. También traté a otros cronistas y hacendados, recuerdo con afecto a los Toledo, atentos y generosos. Por supuesto que yo era amigo de Javier Espinosa Mandujano, hijo de Jiquipilas, población del Valle de Cintalapa, profundo conocedor de esas tierras.

Don Austreberto sabía de las relaciones de los Figuera y los Serrano. Un su tío Serrano vivía en Guatemala, había invitado al joven Rodulfo a estudiar a Guatemala, allí lo instaló, gracias a sus dificultades de salud por la altura de la capital para seguir viviendo en la ciudad de México, donde se le conoció como poeta en los círculos literarios de entonces. El señor Serrano era profesor de un colegio en la capital guatemalteca y de allí viene la leyenda de que en una conferencia del poeta Rubén Darío en dicho colegio se conocieron los dos poetas, el famoso nicaragüense y el chiapaneco. Ese hecho lo cuentan también en Guatemala.

Tengo entendido que la casa donde habitó don Austreberto la vendió al municipio para instalar allí el Museo Rodulfo Figueroa. La última vez la vi en reconstrucción.

El día que entregue mi última parte del trabajo de investigación sobre la obra médica del poeta, estoy decidido a regalar toda la información que poseo, libros, folletos, fotografías, fotocopias de documentos y revistas para el Museo. No debo permanecer con esa información en mi biblioteca personal, sería un acto y pretensión egotista. Todo debe pertenecer al lugar donde se guarda la memoria del poeta.



Desde esta nota doy mi más sentido pésame a la familia de mi amigo, Austreberto Cruz Serrano y a todos los cintapalanecos que generosamente colaboraron con mi trabajo de investigación sobre el primer poeta moderno de Chiapas: Rodulfo Figueroa. Allí depositaré todo lo que recogí en Chiapas, Guatemala y Colombia. Un abrazo para todos. (Continuaré con La presencia femenina en las letras colombianas).

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