Odacir  entrevista a Ricardo Cuéllar Valencia  (Segunda y última parte)

PIEDRA DE TOQUE

  · viernes 12 de abril de 2019

He vuelto a leer el libro de Gilles Deleuze (1925-1995) “Nietzsche y la filosofía”, obra editada en Francia en 1967, exactamente un año antes que los estudiantes parisinos lanzaran en las calles la consigna “la imaginación al poder”, después de derrocar el busto de Descartes en la Sorbona. Una cita de ese libro, con una cita del filósofo alemán nos presenta una síntesis de su pensamiento sobre la vida y el pensamiento: “Pensar significaría: descubrir, inventar nuevas posibilidades de vida. “Hay vidas cuyas dificultades rozan el prodigio; son las vidas de los pensadores. Y hay que prestar atención a lo que nos cuentan a este respecto, porque se descubren posibilidades de vida, cuyo único relato nos proporciona alegría y fuerza, y esparce luz sobre la vida de sus sucesores. Allí se encierra tanta invención, reflexión, osadía, desespero y desesperanza como en los viajes de exploración de los grandes navegantes; y, a decir verdad, son también viajes de exploración por los dominios más alejados y peligrosos de la vida. Lo que tienen esas vidas de sorprendente es que dos instintos enemigos, que hacen fuerza en sentidos diversos, parecen estar obligados a caminar bajo el mismo yugo: el instinto que tiende al conocimiento se ve obligado incesantemente a abandonar el terreno en el que el hombre suele vivir y a lanzarse hacia lo incierto, y el instinto que quiere la vida se ve obligado a buscar eternamente a ciegas un nuevo lugar en el que establecerse”. En otras palabras: la vida supera los límites que le fija el conocimiento, pero el pensamiento supera los límites que le fija la vida. El pensamiento deja de ser una “ratio”, la vida deja de ser una reacción. El pensador afirma así la hermosa afinidad entre el pensamiento y la vida: la vida haciendo del pensamiento algo activo, el pensamiento haciendo de la vida algo afirmativo. Esta general afinidad, en Nietzsche, no sólo aparece como el secreto pre-socrático por excelencia, sino también como la esencia del arte”.

-Odacir: Cuál es su idea de la poesía?

-R.C.V.: La escritura poética es creación, en distintos momentos, de mis visiones del mundo. Cada una es el resultado de una lucha feroz, de búsquedas infatigables, de hallazgos sorprendentes que uno capta después de escribir.

Aclaro: pretende ser poeta. La condición de ser poeta es muy difícil, es un privilegio dado por la poesía misma y, muy pocos, son los elegidos.

Cada poema es una visión, un acercamiento a nuestras maneras de ser y padecer. Los temas los impone la vida en medio de ciertos y determinados acontecimientos que el cielo de la necesidad y el mar del azar nos propician. Escribir un poema es un intento de auscultar en los “secretos” que hacen la vida desde los deseos -reales o imaginarios- que vagan o se fincan en el cuerpo deseante o deseado. El aliento que anima la escritura es la imaginación, el propio grado de locura, la aprensión y degustación de los sueños.

-Odacir: Para qué sirve la poesía?

-R.C.V.: la poesía nos acerca a desentrañar la vida que asumimos con todos sus riesgos, entre fuerzas activas y reactivas que se debaten. La poesía, la verdadera, la de siempre es pura esencia. La poesía nos enseña los oscuros senderos de los abismos de los que estamos hechos para ver alguna claridad. La poesía es un viaje a la eternidad del presente. Y esa esencia, siempre mutable, emana de la voluntad de poder, pues “el ser en sí mismo es voluntad de poder”, Indicó Nietzsche. O dicho en palabras de los aztecas del siglo XIV, la poesía sirve para vivir. Le parece poco?

-Odacir: Cómo escribe, mi apreciado Errecito?

R.C.V.: Es un proceso de trabajo intenso de lecturas, de todo tipo, las que preceden al acto de escribir y, obvio, estar sumergido de pies a cabeza en los días y noches enteras, esos y esas que hacen nuestra existencia de mil formas. En mi caso, el poema se impone solo, emerge como una voluntad inconsciente, como una fuerza cuyo sentido se va configurando en el acto mágico de la escritura. A veces en el sueño escucho poemas, me desierto y los escribo. No escribo libros de poesía. Después de escribir meses o años leo lo escrito en libretas o papeles sueltos, los ordeno por temas. La unidad viene creándose desde el inconsciente; el trabajo de ordenar es sólo técnico.



-Odacir: Recuerda cuando empezó a escribir?

-R.C.V.: Empecé a escribir sin saber que era poemas en prosa. Un día, siendo niño, le leí un escrito a mi madre para celebrar su cumpleaños y exclamó: Mi hijo es poeta. Después me enteré que el poeta nace y se hace.

De las lecturas recuerdo un regalo esplendido: mi tío Hernando, hermano de mi padre, Alfonso, en una visita de Nueva York, allí tenía su consultorio de cardiólogo, llegó a Envigado y me obsequió una biblioteca, de un metro por cincuenta, si no recuerdo mal, una colección de Espasa calpe. De ella leí algunos libros que no entendía. A los ocho años leí a Verne y a Salgari. En cuarto de primaria el profesor de español decía de memoria poemas, los declamaba llorando. En segundo de bachillerato tuve como profesor de español a Luis Cano Espinosa, escritor, un hombre que creía en la literatura con sumo entusiasmo. El me prestaba libros, novelas de escritores norteamericanos y franceses.

Primero leí relatos, cuentos y novelas. En el colegio de Yolombó, en un salón siempre cerrado, donde entré por curiosidad, encontré tres libros que me regalé: poemas de José Asunción Silva, Porfirio Barba Jacob y Poeta en Nueva York de Federico García Lorca.


Foto: Cortesía