Odacir  entrevista a Ricardo Cuéllar Valencia (Primera de dos partes)

PIEDRA DE TOQUE

  · jueves 11 de abril de 2019

Gracias a una visita intempestiva, como todas las suyas, Odacir llegó a mi casa en Puebla con la idea de entrevistarme. El siguiente es el diálogo.

Odacir: Cómo se define usted hoy en día, en tanto ser humano…

R.C.V.: Es imposible una definición como tal. No tengo los conceptos a la mano pues somos variables, ondeantes, es decir, unas veces lúcidos y en otros limitados, en un mismo día. La torpeza es una regla general, cuando la sobrepasamos damos un salto que nos deja en un espacio extraño y sobrecogedor. Puede ser en un estado hipnótico donde la visión surreal de los desdoblamientos que percibimos de nosotros mismos son alucinantes; sucede lo propio con los encuentros con fantasmas diurnos o nocturnos o, peor aún, abordar la misma realidad, frente al espejo. Todo encuentro con nosotros mismos es una invención. De suerte que no se trata de definirse. Siempre son pasajeras las definiciones humanas. Pero algo debo responderle para no desairar su pregunta.

Mira amigo: te cuento que, en mi primera juventud, yo era un radical ortodoxo, aunque siempre rebelde, crítico. La política me sumergía en sus lodos. Ahora, desde hace un largo tiempo he descubierto que el ser humano es un fracaso por el lado que lo miras, por las formas de vida que asume con sus semejantes, la falta de respeto por los animales y la naturaleza que le brindan los alimentos. Ese animal (humano porque habla) es portador de una actitud inaceptable: la humillación, en todos los sentidos, desde el inicio de su existencia. De su inflada arrogancia le viene el desprecio, su pretendida superioridad, las maneras de ser que se expresan en el odio, la venganza, la mentira… “En los hombres alcanza su punto culminante este arte de mentir: aquí el engaño, la adulación, la mentira y el fraude, la murmuración y la farsa, el vivir del brillo ajeno, el enmascaramiento, el convencionalismo encubridor, la escenificación ante los demás y ante uno mismo, en una palabra, el revoleteo incesante alrededor de la llamada vanidad es hasta cierto punto regla y ley, que apenas hay nada tan inconcebible como el hecho de que haya podido surgir entre los hombres una inclinación sincera y pura hacia la verdad”, señalo con precisión Nietzsche en “El engaño o el arte de fingir del intelecto humano.”



Yo me las he arreglado con el estudio de ciertos pensadores y poetas que han puesto el dedo en la llaga: Dante, Boccaccio, Petrarca, Cervantes, Blake, Baudelaire, Rimbaud, Artaud, Huidobro, Paz, Mutis, Sabines, Olga Orozco, Rosario Castellanos y otros pocos. Desde ellos he logrado fijar la atención en la subjetividad, las intersubjetividades, como prioridad y dejar eso que los historiadores llaman “realidad” como contexto, en su condición de otro tipo de ficción. De esta forma he encontrado un cierto gozo de la vida. Se trata de quitarle a la vida humana las máscaras como lo hicieron los poetas griegos (Sofoques, Esquilo, Eurípides…); Shakespeare, modernamente, es esencial. Arriesgarse a esa pretensión no es fácil y cuesta asumir varias soledades y dolores que moralmente demandan un gran esfuerzo crítico y renovador. Ese salto o ruptura lo ha descrito lucidamente el filósofo y poeta Federico Nietzsche, desde el siglo XIX.

- Odacir: Cuándo descubrió a Nietzsche?

- R. C. V.: A principios de los sesenta del siglo pasado, en una biblioteca del colegio San José de Citará, en Yolombó, cuando cursaba cuarto de bachillerato; y lo sigo leyendo con atención. Quedé prendido con su obra cuando leí que la vida era necesario vivirla como el poema que es. Idea que ya venía desde Cervantes y los otros que he mencionado. Nietzsche lleva la idea a la exigencia máxima: hacer de la vida lo que es: una creación estética.

-Odacir: Esa idea me suena a una utopía, o mejor a un imposible.

-R. C. V.: Nada de lo afirmado tiene que ver con la utopía, esas ideas son puros dislates. Se trata de una visión diferente: poetizar el pensamiento y la vida misma. La filosofía moderna se centra en la interpretación y la revalorización de los valores, no en declaraciones de buenos deseos, como lo pretendieron los llamados utopistas. Se trata del pensamiento que afirma la vida, como ya lo había planteado Epicuro. Se trata de la vida como fuerza activa del pensamiento, teniendo en cuenta que el pensamiento es el poder afirmativo de la vida. En este planteamiento sigo a Gilles Deleuze, primer gran lector de Nietzsche en el siglo XX. Deleuze junto con Bataille, Klossoswski, Foucault y Derrida, son pensadores, que como señala el español Eugenio Trías constituyen “una de las vías más sugerentes, más ricas, más estimulantes” en nuestra modernidad. Y agrega. “Pero las obras de Derrida y muy en especial “Lógica del sentido” y “Repetición y diferencia” de Deleuze constituyen una realización cumplida de enormes alcances. En ellas se sientan las bases -y se constituye un sólido edifico teórico- de una filosofía verdaderamente renovadora, en la que los presupuestos platónicos y hegelianos desde los cuales hoy todavía reflexionamos son al fin decididamente cuestionados, proponiéndose como alternativa otros supuestos muy especialmente derivados de la filosofía de Nietzsche (y cuyos signos angulares son: la diferencia, la diversidad, la repetición).para comprender esta filosofía no hay mejor que una lectura de “Nietzsche y la filosofía” de Deleuze, donde a través de una excepcional exégesis del pensamiento nietzscheano- se alumbra las bases mismas de esa nueva filosofía.” Al filósofo alemán se le ha leído muy mal, por diversas razones, pero esas falacias no nos importan en este momento. Le cito un párrafo de esta obra decisiva y esclarecedora. (Continuará).