“En cuanto a que las ideas sean propias o ajenas, no hay para qué discutirlo. Las ideas no tienen dueño: son de todos. Por eso se estudia: para aprender, para retener, o, lo que es lo mismo, para apropiarse ideas… la educación estética es tan indispensable para el arte, como lo es para la ciencia la educación intelectual.”…Tomás Carrasquilla.
Lo cierto es que Tomás Carrasquilla fue un gran lector, indagó en los asuntos literarios de su interés. Y comenta J. A. Naranjo: “los críticos y analistas de su obra apenas empiezan a vislumbrarlo.” Varios trabajos se desarrollan en forma de tesis de licenciatura, maestría y doctorado, desafortunadamente la mayor parte se quedan en los anaqueles de sus facultades. He leído, por ejemplo, estudios bien trabajados, rigurosos sobre la presencia de la poesía en su obra.
El tratamiento de los paisajes, en la literatura de Carrasquilla no es una mera ocurrencia de algún viaje y desde el recuerdo se le ocurre tratar el tema. Debió leer mucho al respecto. J. A. Naranjo nos informa de libros de viaje y de geografía que el escritor consultó en la biblioteca del Tercer Piso: “Italia y América de Amicis, Escenas montañesas de Pereda, Cartas de mi molino de Daudet, Viajes por España de Alarcón, Viajes y cuentos de Eduardo Posada, Biblioteca de Viajes, Exploradores y Geógrafos, sin contar con las divertidísimas series paisajísticas que estudió en las propias novelas.” No se trata de paisajes librescos como se ha dicho, pues el investigador sostiene que “Son paisajes muy nuestros, poblados de nuestra flora y fauna, con derroche de conocimiento de naturalista, paisajes vestidos con nuestros cielos, entre horizontes de cordilleras andinas. Pero construidos con palabras no fue asunto de mera vivencia, fue asunto también de investigaciones literarias muy específicas. De allí por ejemplo las críticas al libro de Pérez Triana y hasta al de Zuleta.”
Es necesario destacar la presencia en su obra, teniendo en cuenta los autores leídos, de Zolá y Flaubert, Bourget y Maupassant, los Goncourt y Cherbuliez. “puesto que en ellos permite matizar, sostiene Naranjo, la idea de los patrones de la novela carrasquense fueron los de la escuela española realista-regionalista.” Es obvia la presencia de la narrativa española, lo que no demerita otras como fueron la francesa, rusa, sin despreciar escritores ingleses e italianos. Además, desde los españoles, advierte el investigador, existen influjos de Amiches, Unamuno, Blasco Ibáñez, Valle-Inclán. Y sostiene con convicción el influjo de Nietzsche, Anatole France, entre otros, presencias posteriores a las lecturas del Tercer Piso. Veremos más adelante la relación de Carrasquilla con Nietzsche.
En un siguiente capítulo Naranjo se ocupa de las relaciones entre “Carrasquilla y el arte.” Este texto es novedoso, en lo referente al análisis por el contexto en el que se desarrolla y la puntualidad crítica que asume, por lo que prefiero darle la palabra al investigador: “1. Torres de marfil. Clareaba el siglo XX. Las modas literarias francesas ejercían una atracción desproporcionada sobre muchos de nuestros escritores y poetas. Espíritus muy finos y cultivados: José Asunción Silva y Enrique W. Fernández primero, Saturnino Restrepo y Efe Gómez un poco más tarde, hicieron precisas manifestaciones de crítica a esos influjos, no por ellos mismos, sino por la manera como aquí se los asimilaba, por los efectos desintegradores y distractores que acarraban en la formación de los “novísimos en literatura” (trae un pie de página donde da cuenta de distintos escritos en los cuales se cuestiona tal presencia). Al principio simbolistas y parnacianos y luego entreverados en los diversos y a veces complicados matices de escuelas y capillas modernistas –sugestivismos, anemismos, impresionismos, formalismos, etc. parecía que a muchos poetas criollos los atacara el malestar de fin de siglo y frecuentemente padecían sus ratos de spleen, parisino spleen; dandismo y snobismo se exhibían y simulaban como actitudes ingénitas del ser artista. Las fruiciones con la decadencia de las cosas y los pensamientos ahogan la posibilidad misma de otras búsquedas y como que clausuraban, cuando apenas se había entreabierto, el horizonte de las preocupaciones propias. Se veía la existencia con “lentes ajenas”. Y se cultiva la imagen del poeta sacerdote y oficiante de un culto sagrado; se promovía el arte mistérico, sólo accesible a iniciados. Entre grutas y salones nuestros bardos iban posponiendo la realidad tras un bosque de símbolos artificiales y esotéricos. No fueron pocos los que hicieron suyas las “palabras liminares” de Rubén Darío: “… más he aquí que veréis en mis versos princesas, cosas imperiales, visiones de países lejanos ó imposibles. ¡Qué queréis! Yo detesto la vida y el tiempo en que me tocó nacer.”
La crítica a ese cosmopolitismo es severa para nuestro lector que no acepta cantar a flora extraña, mientras se desdeña la propia, así con los ríos. Señala que era una poesía nacida más de libros que de la vida y las realidades propias. La crítica es contundente: “3. El “mal del siglo”. Era cual si la poesía se hiciera in-partibus, lejos de cuanto merecía inspirarla: el repudio de nuestra realidad disfrazado de amor al arte puro, a la insinceridad y falta de autoctonía en literatura aparentando ser arte del cosmopolitismo.” En la siguiente colaboración destacaremos las críticas de algunos de los contemporáneos de aquellos poetas alejados de sus realidades y muy especialmente la postura de un Tomás Carrasquilla esclarecido con los tiempos estéticos que vive y piensa.