La poesía de Juan Esteban Cuéllar Gil

Ricardo Cuéllar Valencia

  · viernes 26 de abril de 2019

A Juan Esteban lo conocí desde bebé, hijo de Carlos Mario, mi hermano, el más prolífico, de los once. Dejé de verlo varios años. Siendo un muchacho de 19 años lo reencontré en una fiesta familiar en Medellín, en un viaje de navidad, a donde llegué desde mi exilio en Chiapas. Me dijo varios poemas de memoria, en los que combinaba realismo y romanticismo, en medio de la nostalgia y el dolor, el desapego y las búsquedas, los vacíos y las soledades. Hablamos de libros. Su urgencia era leer, leer, leer…y así lo viene haciendo con intensa compulsión.

Hoy en día es un apasionado lector de poesía, de novelas, de ensayos literarios…estudia una maestría y tiene un programa de radio universitaria que pasan por tv.

Obvio que su escritura poética ha crecido en calidad. Para que sean mis siempre queridos lectores los que lo califiquen transcribo dos textos suyos.

“Mi idea de poesía bebe sus orígenes en La poética de Aristóteles, El
Arco y la lira
de Octavio Paz, Cartas a un joven poeta de Rilke y en poéticas como la de Vicente Huidobro. Recuerdo que el primer poema que leí fue Midnigth dreams, de José Asunción Silva; uno de los grandes poetas colombianos junto con León de Greiff. Respiraba los 13 años, y aprendí aquel poema, como tarea para la materia deEspañol en el colegio.

Algo de su poesía me había llegado hasta el tuétano. Algo, que hasta ahora no he logrado descifrar, y es mejor así. Que continúe siendo un misterio, porque es en ese lugar donde vive eterno, a salvo de mí y de cualquier otro que quiera descifrarlo.

He sido influenciado por la poesía de grandes poetas, como Jaime Sabines; a quien descubrí por fortuna, durante una terrible ruptura afectiva en mi adolescencia. Su sencillez y profundidad poética todavía tintinean en mi corazón, y sus versos crepitan y arden como una llamarada en mis labios, cada vez que los entono. Neruda, fue otro maestro, con Veinte poemas de amor y una canción desesperada, Residencia en la tierra y Los versos del capitán.

Gozo con la poesía que me hace cantar, pero también aquella que me cuenta una historia, como la poesía de Jacques Prévert. La Ilíada y La Odisea, serán siempre el primer canto para mí, el de mis ancestros, el que se fue cocinando con el fuego recién descubierto en las primeras horas del asombro.

Los tres Lorcas que existen, según la crítica literaria, con sus chopos (árboles) y su pulso con el que sondeaba todas las cosas, como dice uno de sus más hermosos poemas, también ha influenciado mis escritos literaios. En especial el poemario Poeta de Nueva York. El metamorfoseado poeta que, siguió a su corazón, como lo harían, Antonio Machado y León Felipe, Pessoa y Martí; y Whitman y Goethe; Wordworth y Hölderlin. Joseph Brodsky no puede faltar en mi pecho, el poeta ruso estadunidense con sus hermosos poemas de navidad y de la vida, en cuyas lecturas, hace poco inundé mis ojos, conmovieron mis dedos en cada hoja.

El maestro Derek Walcott, lo ando leyendo, al igual que el francés, Paul Éluard, los poetas colombianos, Dolly Mejía y Andrea Cote, Fredy Chikangana, Apüshana y Jamioy; estos tres últimos, indígenas de diferentes partes del país. Y poemas del poeta surrealista francés, Robert Desnos, el poeta polaco de la generación del 68, Adam Zagajewski y el argentino, Jorge Boccanera.

Creo, al igual que Huidobro que, la poesía es una de las potencias creadoras del hombre. Es una construcción del espíritu, y una resolutora de los desequilibrios del ser humano. Por eso, cuando escribo, intento resolver con música y cadencia, los dolores humanos que me habitan por generaciones, y que el poema me permite concienciar. Mis intentos de poesía buscan vaciar las lágrimas de lo indecible, pero también buscar consuelo y alternativas humanas en la vida. La poesía me aconseja y mese mi cama, cuando el sismo se instala debajo de mis pies”.

Con un poema basta. Vale.



POEMA

Entre estas horas perdidas

me he perdido yo.

Lánguido y vertiginoso

anudado a la sombra de las letras

lo único que me queda todavía.

¡No hay sol, no hay luna, no hay más!

apenas una cama tibia y una espalda curva

que recuesto contra la muerte todos los días.

Un pesar se pasea por mi sueño cada noche

lastimándome el estómago con sus letras puntiagudas

envenenadas de miedo, de ayer, de nada.

Vacío, puro vacío inflado

reventándose en mi cuerpo

traspasándome como un demonio

con su cuerno de lamentos.

Todavía quedan las letras

el deseo de parirlas

en el espacio de una mano obediente

sobre el telar blanco

que un par de ojos une y reúne a su antojo.

Cuando el recodo aparece

nace la frase como un destino.

Una voz melodiosa las reviste:

con voces

con canciones

de ritmos aquí abajo

que tocan hace tiempo.

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