/ jueves 2 de mayo de 2019

Desde el primer prólogo del Quijote Cervantes desorienta al lector, desde su mesa de trucos

PIEDRA DE TOQUE

Para Sebastián Pineda, mi amigo, mi cómplice


Al afirmar que desorienta quiero decir que engaña al ingenuo lector, y trama con audacia e ironía la relación entre el autor y su obra. Son trucos que el escritor se ingenia por varias razones. No quiere, no desea que su prólogo se parezca a los precedentes de otros y menos a los de su tiempo, pues conoce sus trampas y mentiras, le han parecido falsos, inútiles, ya caducos, como la forma de narrar de una tradición que ya literariamente ha perdido eficacia, a pesar de continuar apareciendo en España ese tipo de escritura caballeresca, (“libros vanos”, los llama) de la cual parte para transformar esa narrativa y otras. La nueva escritura narrativa, demandaba, un nuevo prólogo. Por ello destaca que le ha costado más el prólogo que la escritura de la novela misma, es decir, ofrece al lector curioso ciertas claves, al mismo tiempo que desorienta el ingenuo o lego lector. Pero no solamente eso. Se ha propuesto poner en cuestión la narrativa, contando de otra manera, cercano al realismo y al naturalismo, al humanismo renacentista, incluso al barroco; y el prólogo lo convierte en anti-prólogo y lo dice y lo hace con un ingenio que deja a los cegatones con la idea que su Quijote es para producir risa. Así pues que la mesa de trucos que tiene al alcance don Miguel la manipula como bien lo sabe hacer, tanto en la narrativa polifónica como en el anti-prólogo. Está sucediendo la mezcla y la transformación genérica.

El prólogo comienza así: “Desocupado lector: sin juramento me podrás creer que quisiera que este libro, como hijo del entendimiento, fuera el más hermoso, el más gallardo y el más discreto que pudiera imaginarse. Pero no he podido yo contravenir el orden de la naturaleza, que en ella cada cosa engendra su semejante. Y, así, ¿qué podría engendrar el estéril y nada cultivado ingenio mío, sino la historia de un hijo seco, avellanado (mustio), antojadizo y lleno de pensamientos varios (dispares, discordes) y nunca imaginados de otro alguno…” Juega con dos ideas: le dice el lector que su obra es hija del entendimiento, hermosa, gallarda y discreta, pero que no puede contravenir la naturaleza de la que está hecho, aplicando maliciosamente un principio filosófico planteado por Aristóteles: cada cosa engendra su semejante, por lo tanto nada pude hacer dado su estéril y nada cultivado ingenio suyo, y peor, su personaje es antojadizo y lleno de pensamientos dispares, discordes, aunque nunca antes imaginados por otro escritor. Quiere hacerle pensar al ingenuo lector que no posee el talento necesario para emprender una obra diferente a las conocidas. Que se trata de un loco, entonces. Y más adelante le asegura que los pensamientos de su personaje, don Quijote, nunca han sido imaginados por otro. Ese juego desorientador es clave: al auto-descalificarse como narrador, el ingenuo lector, ese lector ligero, tal vez de oídas supone que es una declaración clara y precisa, además le dice que los pensamientos del personaje guía de la obra son dispares, es decir, no tiene unidad la obra. Peor aún: es obra de un loco, pues. Se trata de la redefinición de la relación entre autor y obra, la frase aludida es desmentida con otra, la originalidad, clave de la ironía desorientadora.

Clea Gerber sostiene que “Tal como expresa Érica Janín en un agudo trabajo sobre este prólogo: “el autor sitúa a su libro como enfermo, como carente, para señalar las patologías del canon” Y, por supuesto, ello se relaciona íntimamente con la gesta del protagonista, quien desde el estigma de su locura puede desenmascarar la sinrazón y enfermedad que mora en los supuestos “cuerdos”. (Clea Gerber, Bajo la advocación de Urganda la desconocida: continuidad, ruptura y cambio en los protocolos de lectura del Quijote).

Más adelante escribe el prologuista: “Pero yo, que, aunque parezco padre, soy padrasto de don Quijote, no quiero irme con la corriente del uso, ni suplicarle casi con las lágrimas en los ojos, como otros hacen, lector carísimo, que perdones o disimules las faltas que en este mi hijo vieres…” y después de indicar que el lector es dueño de sí mismo, insiste “y tienes tu alma, tu cuerpo y tu libre albedrío como el más pintado (como el que más), y estás en tu casa, donde eres señor de ella, como el rey de sus alcabalas y sabes lo que comúnmente se dice, que “debajo de mi manto, al rey mato” (refrán que significa: cada uno piensa lo que quiere), todo lo cual te exenta y hace libre de todo respeto y obligación, y así, puedes decir de la historia todo aquello que te pareciere, sin temor que te calumnien por el mal ni te premien por el bien que dijeres de ella.”

Con el propósito de crear el nuevo lector, lo coloca en otro espacio, el de su integridad personal, tienes tu alma y tu cuerpo, además tu libre albedrío, al decir de Agustín de Hipona, se trata de afirmar la libertad de voluntad, ausencia de coacción, tan cara en esos tiempos. Y lo coloca así mismo en su casa, donde eres señor de ella, para pensar lo que quiera, más allá de todo respeto y obligación impuesto por los prejuicios dominantes. De tales planteamientos viene el decisivo: “y así, puedes decir de la historia todo aquello que te pareciere, sin temor que te calumnien por el mal ni te premien por el bien que dijeres de ella.” La libertad del lector ha nacido.



En los términos anotados ha surgido el originario lector moderno. Le dice a su desocupado lector, el avisado y dispuesto, que le costó “algún trabajo” escribir la novela, pero lo más difícil fue “hacer esta prefación que vas leyendo” y de inmediato aparece el amigo “bien entendido” con el que dialoga (el alter ego).

Después de escuchar su pregunta inquieta al verlo “tan imaginativo”, pensativo le comenta el escritor-personaje “al cabo de tantos años como a que duermo en el silencio del olvido, salgo ahora, con todos mis años a cuestas, con una leyenda seca como un esparto, ajena de invención, menguada de estilo, pobre de conceptos y falta de toda erudición y doctrina...” Vuelve a desorientar el lector ingenuo con la lúcida ironía, cuando lo que ha realizado es el sumo de la imaginación, donde integra varios estilos y formas al asumir la tradición y darles la vuelta para proponer otra manera de contar como bien lo desarrolla Carlos Fuentes en Cervantes o la crítica de la lectura; la instrucción cervantina está cifrada de diferentes maneras, desde las referencias explícitas hasta las intertextualidades, de las cuales es maestro, como lo han demostrado varios analistas, desde su biógrafo Vicente de los Ríos hasta el primer crítico moderno, Arturo Marasso. (Continuaremos con las Poéticas).

Para Sebastián Pineda, mi amigo, mi cómplice


Al afirmar que desorienta quiero decir que engaña al ingenuo lector, y trama con audacia e ironía la relación entre el autor y su obra. Son trucos que el escritor se ingenia por varias razones. No quiere, no desea que su prólogo se parezca a los precedentes de otros y menos a los de su tiempo, pues conoce sus trampas y mentiras, le han parecido falsos, inútiles, ya caducos, como la forma de narrar de una tradición que ya literariamente ha perdido eficacia, a pesar de continuar apareciendo en España ese tipo de escritura caballeresca, (“libros vanos”, los llama) de la cual parte para transformar esa narrativa y otras. La nueva escritura narrativa, demandaba, un nuevo prólogo. Por ello destaca que le ha costado más el prólogo que la escritura de la novela misma, es decir, ofrece al lector curioso ciertas claves, al mismo tiempo que desorienta el ingenuo o lego lector. Pero no solamente eso. Se ha propuesto poner en cuestión la narrativa, contando de otra manera, cercano al realismo y al naturalismo, al humanismo renacentista, incluso al barroco; y el prólogo lo convierte en anti-prólogo y lo dice y lo hace con un ingenio que deja a los cegatones con la idea que su Quijote es para producir risa. Así pues que la mesa de trucos que tiene al alcance don Miguel la manipula como bien lo sabe hacer, tanto en la narrativa polifónica como en el anti-prólogo. Está sucediendo la mezcla y la transformación genérica.

El prólogo comienza así: “Desocupado lector: sin juramento me podrás creer que quisiera que este libro, como hijo del entendimiento, fuera el más hermoso, el más gallardo y el más discreto que pudiera imaginarse. Pero no he podido yo contravenir el orden de la naturaleza, que en ella cada cosa engendra su semejante. Y, así, ¿qué podría engendrar el estéril y nada cultivado ingenio mío, sino la historia de un hijo seco, avellanado (mustio), antojadizo y lleno de pensamientos varios (dispares, discordes) y nunca imaginados de otro alguno…” Juega con dos ideas: le dice el lector que su obra es hija del entendimiento, hermosa, gallarda y discreta, pero que no puede contravenir la naturaleza de la que está hecho, aplicando maliciosamente un principio filosófico planteado por Aristóteles: cada cosa engendra su semejante, por lo tanto nada pude hacer dado su estéril y nada cultivado ingenio suyo, y peor, su personaje es antojadizo y lleno de pensamientos dispares, discordes, aunque nunca antes imaginados por otro escritor. Quiere hacerle pensar al ingenuo lector que no posee el talento necesario para emprender una obra diferente a las conocidas. Que se trata de un loco, entonces. Y más adelante le asegura que los pensamientos de su personaje, don Quijote, nunca han sido imaginados por otro. Ese juego desorientador es clave: al auto-descalificarse como narrador, el ingenuo lector, ese lector ligero, tal vez de oídas supone que es una declaración clara y precisa, además le dice que los pensamientos del personaje guía de la obra son dispares, es decir, no tiene unidad la obra. Peor aún: es obra de un loco, pues. Se trata de la redefinición de la relación entre autor y obra, la frase aludida es desmentida con otra, la originalidad, clave de la ironía desorientadora.

Clea Gerber sostiene que “Tal como expresa Érica Janín en un agudo trabajo sobre este prólogo: “el autor sitúa a su libro como enfermo, como carente, para señalar las patologías del canon” Y, por supuesto, ello se relaciona íntimamente con la gesta del protagonista, quien desde el estigma de su locura puede desenmascarar la sinrazón y enfermedad que mora en los supuestos “cuerdos”. (Clea Gerber, Bajo la advocación de Urganda la desconocida: continuidad, ruptura y cambio en los protocolos de lectura del Quijote).

Más adelante escribe el prologuista: “Pero yo, que, aunque parezco padre, soy padrasto de don Quijote, no quiero irme con la corriente del uso, ni suplicarle casi con las lágrimas en los ojos, como otros hacen, lector carísimo, que perdones o disimules las faltas que en este mi hijo vieres…” y después de indicar que el lector es dueño de sí mismo, insiste “y tienes tu alma, tu cuerpo y tu libre albedrío como el más pintado (como el que más), y estás en tu casa, donde eres señor de ella, como el rey de sus alcabalas y sabes lo que comúnmente se dice, que “debajo de mi manto, al rey mato” (refrán que significa: cada uno piensa lo que quiere), todo lo cual te exenta y hace libre de todo respeto y obligación, y así, puedes decir de la historia todo aquello que te pareciere, sin temor que te calumnien por el mal ni te premien por el bien que dijeres de ella.”

Con el propósito de crear el nuevo lector, lo coloca en otro espacio, el de su integridad personal, tienes tu alma y tu cuerpo, además tu libre albedrío, al decir de Agustín de Hipona, se trata de afirmar la libertad de voluntad, ausencia de coacción, tan cara en esos tiempos. Y lo coloca así mismo en su casa, donde eres señor de ella, para pensar lo que quiera, más allá de todo respeto y obligación impuesto por los prejuicios dominantes. De tales planteamientos viene el decisivo: “y así, puedes decir de la historia todo aquello que te pareciere, sin temor que te calumnien por el mal ni te premien por el bien que dijeres de ella.” La libertad del lector ha nacido.



En los términos anotados ha surgido el originario lector moderno. Le dice a su desocupado lector, el avisado y dispuesto, que le costó “algún trabajo” escribir la novela, pero lo más difícil fue “hacer esta prefación que vas leyendo” y de inmediato aparece el amigo “bien entendido” con el que dialoga (el alter ego).

Después de escuchar su pregunta inquieta al verlo “tan imaginativo”, pensativo le comenta el escritor-personaje “al cabo de tantos años como a que duermo en el silencio del olvido, salgo ahora, con todos mis años a cuestas, con una leyenda seca como un esparto, ajena de invención, menguada de estilo, pobre de conceptos y falta de toda erudición y doctrina...” Vuelve a desorientar el lector ingenuo con la lúcida ironía, cuando lo que ha realizado es el sumo de la imaginación, donde integra varios estilos y formas al asumir la tradición y darles la vuelta para proponer otra manera de contar como bien lo desarrolla Carlos Fuentes en Cervantes o la crítica de la lectura; la instrucción cervantina está cifrada de diferentes maneras, desde las referencias explícitas hasta las intertextualidades, de las cuales es maestro, como lo han demostrado varios analistas, desde su biógrafo Vicente de los Ríos hasta el primer crítico moderno, Arturo Marasso. (Continuaremos con las Poéticas).

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