/ domingo 7 de abril de 2019

DE NUEVO HABLA DON TOMÁS CARRASQUILLA SOBRE EL YO

PIEDRA DE TOQUE

Para fines del siglo XIX ya se había pensado un bien rato sobre los llamados “fenómenos psíquicos”, trastornos mentales, neurosis, histeria, sueños y delirios… por lo que los escritores literarios fueron muy atentos, sin olvidar a ciertos filósofos como Nietzsche, uno de los más lúcidos, por entonces, de quien Tomas Mann (narrador excelso de los años 20 del siglo XX) mucho aprendió, como el mismo lo cuenta. En nuestro caso colombiano va a ser, entre otros, Tomás Carrasquilla uno de los auténticamente preocupados por plantearse asuntos como el yoísmo, la subjetividad y lo objetivo. Con extrema ironía llama su escrito, con suma discreción, “Tonterías”, para bajarle en tono a su reflexión y con un lenguaje muy castizo (que no localista) tocar las fibras que le interesan. Lo cito (tomando el estudio de J.A. Naranjo: “Las ideas estéticas de Carrasquilla”):

“Una de las pesanteces más abrumadoras de los parlamentos sociales es la autobiografía, ese yoísmo tremendo y horripilante en que todos caemos. Y cuando un prójimo se ensimisma; cuando se engolfa en su yo y a sus dulzuras se entrega, quién lo vuelve al mundo objetivo? Hay que ponerle el rótulo dantesco: “Aquí se acabó toda esperanza”. Bien sabemos que el yo es la base de toda existencia; que es su esencia misma; que alrededor de cada ser humano gira su universo; que cada uno es su propio centro; bien sabemos que de este yo debemos tenemos que ocuparnos, con algunos de nuestros semejantes, toda vez que ello es una necesidad de todos los corazones. Mas para esta tarea, tan grata como ineludible, están las intimidades del compañerismo, de la familia, de la amistad, del amor, están los seres que nos vinculan a la vida, que nos la hacen amable y trascendente, que la comparten con nosotros, que gozan con nuestros placeres y sufres con nuestros dolores. Para éstos es el yo, el yo propio, el yo recíproco, el yo solidario. Para los demás, con quienes solo nos une el hilo endeble y frágil de la camaradería, del ambiente, de las circunstancias, y cuando más el común sentimiento de la Patria, ¿qué va a ser, qué va a importar el yo íntimo de nadie? Qué sus vicisitudes, su psicología su autocrítica? Qué su proceso? Sobre no importarle un ardite ni al más curioso y averiguador, es ello un impudor pueril y vulgarote que ocasiona, amén del aburrimiento de los demás, infinidad de inconvenientes para el propio autobiógrafo. Si contamos nuestras faltas y flaquezas, nos tendrán por indiscretos y por cándidos, sino por desvergonzados y cínicos; si nuestros triunfos, satisfacciones y ufanías, pasaremos por vanagloriosos y desvanecidos; si futilezas, por comineros y menguados; y si entonamos gemebundos la elegía de nuestras penas, las profanamos ante la gente que no las entiende, para recibir el consuelo de un bostezo. Así lo sentimos todos, sino que esta chifladura autobiográfica y confidencia!, esta farsa irrisoria del egoísmo, es tentación irresistible que no admite argumentos ni razones. Cuando menos lo percatamos damos la gran “lata” ante un corrillo de extraños, contándoles, con todos los pelos y señales con circunstancias de tiempo, de lugar y de persona, cómo nos dio la gripa, cómo compramos un sombrero, si nos gusta el baño frío o caliente, si tomamos los huevos en cacerola o en tortilla. Es lo curioso que, mientras más conversemos de lo objetivo, de lo ajeno; mientras más prescindamos de eso yo, civil y familiar, en carne y hueso, de todo hijo de vecino, más exhibimos nuestra personalidad moral, mejor mostramos nuestro temperamento, nuestra comprensión, nuestros matices, nuestro caso: esas peculiaridades que nos diferencian de nuestros semejantes. ¿Por qué? Porque ya de un modo, ya de otro, todos llevamos adentro el mundo exterior, según las facultades, la posición y los puntos de vista de nuestra propia psiquis.”



Debemos comentar una de las condiciones fundamentales de un narrador: saber entrar a los secretos reconditos de los seres humanos; pero ello, arduo trabajo, implica, primero y sobre todo, saber ir hacia sí mismo, detectar, ubicar sus obsesiones, tabúes, delirios, ansiedades, formas de la neurosis (y otros) para poder penetrar en los otros desde el propio conocimiento de sus alcances, limitaciones y fracturas; solo en ese diálogo circular, penetrante, de intersubjetividades es posible que el narrador se encuentre en condiciones de construir un determinado personaje, saber de sus alcances y limitaciones, darle vida. De suerte que los conocimientos de la psicología humana son esenciales para un buen narrador. De suerte que construir un buen personaje no es sólo un asunto técnico, teórico, sino sobre todo humano y psicológico.

Eso es lo que leemos en los anteriores planteamientos del Tomás Carrasquilla. Es una “verdadera verdad” la idea que reza así: “todos llevamos adentro el mundo exterior.” Se trata precisamente del planteamiento moderno que consiste en saber que es muy difícil, diría imposible, establecer la diferencia entre lo objetivo y subjetivo. Basta una pregunta: es objetivo o subjetivo el llanto? La subjetividad está múltiplemente cargada de hechos, sucesos, acontecimientos exteriores, de sus lenguajes… y la objetividad, en buena medida, es hechura de la subjetividad. Actuamos como entendemos la vida que vivimos. Por ello decía Novalis que el hombre es una metáfora, la cual es necesario interpretar. Punto clave en el pensamiento de Nietzsche: se trata de interpretar. Caso similar al de Freud y Marx. Recordemos que Marx hablaba de que la realidad es una metáfora. Y Freud se encontró con otro lenguaje, no precisamente racional, aquel llamado inconsciente que habita en el cuerpo entero.

Para fines del siglo XIX ya se había pensado un bien rato sobre los llamados “fenómenos psíquicos”, trastornos mentales, neurosis, histeria, sueños y delirios… por lo que los escritores literarios fueron muy atentos, sin olvidar a ciertos filósofos como Nietzsche, uno de los más lúcidos, por entonces, de quien Tomas Mann (narrador excelso de los años 20 del siglo XX) mucho aprendió, como el mismo lo cuenta. En nuestro caso colombiano va a ser, entre otros, Tomás Carrasquilla uno de los auténticamente preocupados por plantearse asuntos como el yoísmo, la subjetividad y lo objetivo. Con extrema ironía llama su escrito, con suma discreción, “Tonterías”, para bajarle en tono a su reflexión y con un lenguaje muy castizo (que no localista) tocar las fibras que le interesan. Lo cito (tomando el estudio de J.A. Naranjo: “Las ideas estéticas de Carrasquilla”):

“Una de las pesanteces más abrumadoras de los parlamentos sociales es la autobiografía, ese yoísmo tremendo y horripilante en que todos caemos. Y cuando un prójimo se ensimisma; cuando se engolfa en su yo y a sus dulzuras se entrega, quién lo vuelve al mundo objetivo? Hay que ponerle el rótulo dantesco: “Aquí se acabó toda esperanza”. Bien sabemos que el yo es la base de toda existencia; que es su esencia misma; que alrededor de cada ser humano gira su universo; que cada uno es su propio centro; bien sabemos que de este yo debemos tenemos que ocuparnos, con algunos de nuestros semejantes, toda vez que ello es una necesidad de todos los corazones. Mas para esta tarea, tan grata como ineludible, están las intimidades del compañerismo, de la familia, de la amistad, del amor, están los seres que nos vinculan a la vida, que nos la hacen amable y trascendente, que la comparten con nosotros, que gozan con nuestros placeres y sufres con nuestros dolores. Para éstos es el yo, el yo propio, el yo recíproco, el yo solidario. Para los demás, con quienes solo nos une el hilo endeble y frágil de la camaradería, del ambiente, de las circunstancias, y cuando más el común sentimiento de la Patria, ¿qué va a ser, qué va a importar el yo íntimo de nadie? Qué sus vicisitudes, su psicología su autocrítica? Qué su proceso? Sobre no importarle un ardite ni al más curioso y averiguador, es ello un impudor pueril y vulgarote que ocasiona, amén del aburrimiento de los demás, infinidad de inconvenientes para el propio autobiógrafo. Si contamos nuestras faltas y flaquezas, nos tendrán por indiscretos y por cándidos, sino por desvergonzados y cínicos; si nuestros triunfos, satisfacciones y ufanías, pasaremos por vanagloriosos y desvanecidos; si futilezas, por comineros y menguados; y si entonamos gemebundos la elegía de nuestras penas, las profanamos ante la gente que no las entiende, para recibir el consuelo de un bostezo. Así lo sentimos todos, sino que esta chifladura autobiográfica y confidencia!, esta farsa irrisoria del egoísmo, es tentación irresistible que no admite argumentos ni razones. Cuando menos lo percatamos damos la gran “lata” ante un corrillo de extraños, contándoles, con todos los pelos y señales con circunstancias de tiempo, de lugar y de persona, cómo nos dio la gripa, cómo compramos un sombrero, si nos gusta el baño frío o caliente, si tomamos los huevos en cacerola o en tortilla. Es lo curioso que, mientras más conversemos de lo objetivo, de lo ajeno; mientras más prescindamos de eso yo, civil y familiar, en carne y hueso, de todo hijo de vecino, más exhibimos nuestra personalidad moral, mejor mostramos nuestro temperamento, nuestra comprensión, nuestros matices, nuestro caso: esas peculiaridades que nos diferencian de nuestros semejantes. ¿Por qué? Porque ya de un modo, ya de otro, todos llevamos adentro el mundo exterior, según las facultades, la posición y los puntos de vista de nuestra propia psiquis.”



Debemos comentar una de las condiciones fundamentales de un narrador: saber entrar a los secretos reconditos de los seres humanos; pero ello, arduo trabajo, implica, primero y sobre todo, saber ir hacia sí mismo, detectar, ubicar sus obsesiones, tabúes, delirios, ansiedades, formas de la neurosis (y otros) para poder penetrar en los otros desde el propio conocimiento de sus alcances, limitaciones y fracturas; solo en ese diálogo circular, penetrante, de intersubjetividades es posible que el narrador se encuentre en condiciones de construir un determinado personaje, saber de sus alcances y limitaciones, darle vida. De suerte que los conocimientos de la psicología humana son esenciales para un buen narrador. De suerte que construir un buen personaje no es sólo un asunto técnico, teórico, sino sobre todo humano y psicológico.

Eso es lo que leemos en los anteriores planteamientos del Tomás Carrasquilla. Es una “verdadera verdad” la idea que reza así: “todos llevamos adentro el mundo exterior.” Se trata precisamente del planteamiento moderno que consiste en saber que es muy difícil, diría imposible, establecer la diferencia entre lo objetivo y subjetivo. Basta una pregunta: es objetivo o subjetivo el llanto? La subjetividad está múltiplemente cargada de hechos, sucesos, acontecimientos exteriores, de sus lenguajes… y la objetividad, en buena medida, es hechura de la subjetividad. Actuamos como entendemos la vida que vivimos. Por ello decía Novalis que el hombre es una metáfora, la cual es necesario interpretar. Punto clave en el pensamiento de Nietzsche: se trata de interpretar. Caso similar al de Freud y Marx. Recordemos que Marx hablaba de que la realidad es una metáfora. Y Freud se encontró con otro lenguaje, no precisamente racional, aquel llamado inconsciente que habita en el cuerpo entero.

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