Durante el tiempo que fui estudiante de sociología en la Universidad Autónoma de Latinoamericana de Medellín conocí todo tipo de especies de animales políticos: compañeros que terminaron en las guerrillas, guerrilleros clandestinos disfrazados de profesores, anarquistas reales e imaginaros, militantes del partido comunista (legal), los camilistas (seguidores del padre Camilo Torres) y ciertas costras políticas que nacían al calor de los debates y luchas políticas a lo largo y ancho del país real, llamado Colombia. Además de varios personajes de los ya decadentes partidos liberal y conservador.
Dos casos deseo comentar de la singular tierra macondiana. Uno de aquellos clandestinos, que pululaban por las universidades, de barba castaña, alto, fornido, muy silencioso, era mi interlocutor; nos hicimos amigos por mis clases en su facultad de economía, en la cual yo impartía, siendo estudiante de cuarto de mi carrera, la materia de historia de Colombia. Más que amistad era una relación donde primaban sus preguntas, inteligentes y puntuales. Me veía en la necesidad de investigar, en varios casos, para responderle con cierta precisión y no decirle generalidades y salir del paso. Su pinta era la de un clandestino. Jamás le inquirí por algo referido a su militancia, pero sus preguntas y celeridad de las mismas me hacían suponer una militancia guerrillera. Pasaron los años, salimos de las carreras, viajé a otra ciudad. Años más tarde, de paso por Medellín, entré al edificio Coltejer, en la avenida Junín con la Playa, a ver un asunto bancario y me lo encontré cerca del ascensor, ahora, a un hombre sin barba, de corbata, elegante. Me reconoció y saludo con afecto. Era empleado de una empresa tal. Me invitó a un café en su oficina. Habían pasado dos horas disfrutadas con la amenidad de los recuerdos de la U. y le dije con pena que le estaba quitando tiempo, por lo que me retiraba. No, no, no, para nada, amigo, me dijo tomándome del hombre. Yo no tengo nada que hacer. El empleo consiste en hacer nada. Te lo juro. Es una maravilla. Me pagan por hacer nada. Seguimos conversando y me enteré que había comprado finca, casa en la ciudad y dos carros para la familia. Al salir me quedé estupefacto de cómo aquel hombre radical, de preguntas radicales, ahora disfrutaba de una nadería creada ex-profeso para él.
El otro caso. En la misma facultad de economía, Margarita, era una amiga muy simpática y con una chispa que me hacía reír con sus ocurrencias y brotes de agudeza. Era una militante de izquierda, también clandestina. Salíamos a caminar, íbamos a cine o a teatro, marchábamos en las manifestaciones, siempre solidarias de nuestra universidad con otras, dado que como teníamos co-gobierno no soportábamos las cargas del poder vertical, y por lo tanto nuestras huelgas eran de solidaridad con las demandas de las otras. Un día, residía yo ya en México, en un segundo regreso a Medellín, en la facultad, alguien al preguntarle por mi querida amiga, me dejó helado con su respuesta: Margarita Escobar es una de las jefas, de alto nivel, del cartel de Pablo, su primo. Salí consternado y me dije, cuántos más estarán en lo mismo. El día siguiente, si no recuerdo mal, era domingo, compré los periódicos para leer los suplementos literarios y los cuatro traían en primera plana la muerte de mi amiga. Había sido picada a pedazos por un pleito con otro jefe.
Esos casos extremos ilustran una actitud que no deja de conmoverme: la traición. Eso es una cosa. Otra es dejar de pensar de cierta forma la política y asumir otra, desde la crítica.
Buena parte de los líderes de la izquierda mexicana, crecieron, fueron educados y ejercieron su práctica política en aquella singular red tejida entre partido-estado-gobierno en el siglo XX hispanoamericano. Las correas de transmisión generadas urdieron mecanismos que dibujaban una sociedad controlada por una fuerza poderosa, vertical y, en ciertos casos horizontales, y, al mismo tiempo, logró, el PRI, eje rector, modernizar la economía, crear instituciones, etc., etc., hasta la llegada del neo-liberalismo y su abrazo total a sus tentáculos despiadados con sus presas. Pese a los cambios favoreció la cultura, de ello soy testigo. La presencia de neoliberalismo fue un punto de quiebre para todas las expresiones políticas. Cárdenas, Muñoz Ledo, Ifigenia y otros salieron del PRI y fundaron el PRD. Aquellos líderes no saltaron del PRI por comodidad o simple actitud oportunista. Salieron con una postura crítica e iniciaron otra manera de pensar y actuar en política, más allá de los rezagos que pudieran arrastrar. MORENA, transforma la política de la izquierda y es por ello que logra una derrota a los demás contrincantes el pasado 1 de julio.
Por lo indicado sostengo que en la práctica la izquierda mexicana avanza en las espesas aguas de la política hecha realidad, aún sin llegar a consolidarse teóricamente, pues vive un proceso de formación partidario, trasiega, evidentemente por su mocedad, incluso por su pubertad. Lo que indico deberá profundizarse, de mi parte apenas lo anoto para entender la presencia real de ciertos líderes de la izquierda mexicana. Por ello no es acertado, en el sentido acotado, señalar a alguien que ha recorrido por ciertos senderos, ignorando los años de haber asumido una crítica teórica y otra práctica social. Dejo a un lado los infaltables oportunistas (merecen otro trato).
La actual realidad se enrarece con planteamientos, desde los medios de comunicación, que falsean al pasado y enturbian el presente. El proceso se ha iniciado y a partir del 1 de diciembre conoceremos otra manera de pensar y hacer política. Veremos.