/ domingo 21 de enero de 2018

Adiós, Vlad, adiós... Castillo de Drácula en venta

La primera vez que vi al vampiro fue una noche brumosa y solitaria. Según mis cálculos debió haber sido por diciembre o enero porque en la ciudad de México esa es una época en la que hace frío y ahí se veía en el vaho del aliento de uno o dos transeúntes que caminaban encorvados y de prisa, abrigados hasta el rostro y con sombreros de fieltro.

A lo largo de una larguísima calle se encontraba abierto un pequeño café cuya luz interior se extendía tenue hacia afuera, como bocanada. Adentro había unas cuantas personas, cinco o seis; todas ellas de tipo trabajador, cansados y tomando algo caliente en silencio. Entre ellos estaba una joven de cabello teñido de rubio y vestida de forma ‘extravagante’.

Afuera, en medio de la penumbra y el silencio caminaba a media calle, con paso firme, erguido y con aire aristocrático. Vestía frac con camisa blanca y pajarita. Lo envolvía una capa obscura con cuello levantado. Su enrojecida mirada observaba fijamente hacia el cafetín. Naturalmente su rostro imperturbable permanecía iluminado todo el tiempo. De porte distinguido, alto, flaco y huesudo del rostro, sus ojos expresaban al mismo tiempo avidez, venganza, reproche, odio o todo junto: ya ni sé. Rojos ellos, los ojos. Hoy se diría que venía como “pacheco”. Pero no.

Lleva un pectoral con una enorme piedra brillante. Con sus dedos afilados y uñas muy largas lo frota en redondo, momento en el que la joven, como por hipnosis decide salir del lugar y se echa a caminar por esa calle tenebrosa. Cuando la ve a cierta distancia el vampiro esboza una sonrisa diabólica, se agacha un poco y de pronto se eleva por los aires, ya convertido en ‘murciégalo’ que emite un sonido espeluznante y se lanza sobre la muchacha que intenta huir. Ella alcanza a emitir un grito de terror, pero ya es tarde: el ‘mampiro’ ha cumplido el ritual nocturno de su renacimiento… tan sólo por esa noche…

Esa fue la primera vez que vi al vampiro. Era una película mexicana en la que actuaba como el monstruo de la noche el actor español Germán Robles (“ El Vampiro” 1957, dirigida por Fernando Méndez). Ese es uno de mis grandes recuerdos… como el del cura Benet, cuyo único trabajo en la vida era el de darme coscorrones.

Visto desde la perspectiva del terror, el personaje cumple cabalmente con el objetivo de generarnos miedo intenso y hacernos reflexionar sobre la posibilidad de fenómenos que van más allá de la comprensión humana. Es el caso del personaje más temido, pero también más apreciado: Drácula.

El vampiro, que es el conde Drácula, es un personaje al que se le teme, pero por el que se siente tristeza y consideración por la profunda soledad que expresa. Vaga solitario, lucha por su supervivencia, se comunica a través de sombras y silencios y sabe de su eterno peregrinar pero en el fondo ya no lo quiere: un ataúd diurno es su universo interminable.

El conde Drácula tenía un castillo en Transilvania en el que se refugiaba para pasar del día a la noche, que es cuando debe surgir de las tinieblas para saciar su necesidad de vida, y esta vida sólo puede otorgársela la sangre humana, particularmente de gente inocente y en particular la de la gente que él ama, o por lo menos eso queda asentado en la obra del irlandés Bram Stoker “Drácula”, quien inició el largo peregrinar del vampiro en 1897…

 

El personaje real que dio origen al imaginario vampiro, el que tiene que salir de su tumba cada noche para chupar la sangre de gente inocente y así subsistir, es el príncipe Vlad Dracul.

Nació en 1428 y provenía de una familia aristócrata rumana. Hijo de Vlad y nieto de Mircea el grande, se le educó como noble en la corte de Segismundo de Luxemburgo. Fue ahí en donde se incorpora a la Orden del Dragón, por lo que los rumanos le sobre nombraron Dracul, que en rumano quiere decir dragón, pero que en lenguaje campesino también quiere decir ‘demonio’. Pero no fue por ello que se le conoció como ‘hijo del diablo’, sino por sus hechos de gobierno.

“Tras años de luchas intestinas su padre Vlad consolidó su trono y se decidió a tener hijos, entre ellos su futuro sucesor. Este se crió entre batallas, pillajes y ejecuciones, mostrando desde niño una morbosa fascinación por las mazmorras. Al crecer, los vientos de la política lo llevaron a servir como oficial del sultán turco. Finalmente a los 25 años, tomó el trono de su padre (Valaquia hoy pertenece a Rumania) y ahí comenzaron los problemas…

“Su primera medida fue la de ejecutar a todo el consejo de Boyardos que tradicionalmente moderaba a los príncipes: primero empaló a sus mujeres y niños, luego los hizo trabajar reconstruyendo una fortaleza y cavando túneles, para finalmente empalarlos también.

“Según las crónicas, usó su sangre para teñir de rojo el cemento de las torres. Esa crueldad era sólo el comienzo. Vlad Dracul Tepes (Tepes por empalador) desató un reino de terror que transformó Rumania en una tierra sin crímenes, sin insultos, la menor contradicción a la voluntad del príncipe significaba muerte inmediata”. Digamos que hasta aquí una de las facetas del famosísimo Dracul… pero hay otras que bien le favorecen.

Por ejemplo, el que en Rumania se le considera un héroe nacional porque “defendió los intereses e independencia de su país y del cristianismo”. Aun se relata ahí, por ejemplo, que durante su reinado, de 1452 a 1462, ejecutó a 50 mil personas empalándolas en largas estacas, particularmente prisioneros capturados en las guerras con los turcos,  de quienes aprendió este sistema de tortura.

Más allá de la leyenda del malévolo príncipe Vlad Dracul Tepes, o de su faceta de héroe nacional rumano, está la historia de ese un personaje que produce escalofrío tan sólo de pensar que pudiera aparecérsenos una noche clara de inquietos luceros, ya en la intimidad de nuestra habitación o en alguna calle solitaria.

En todo caso, todavía hasta hace algún tiempo ese personaje solitario, seductor, misterioso, elegante, callado y triste, muy triste, tenía el consuelo de un refugio nocturno al cual llegar cuando los rayos del sol estuvieran a punto y cuando él requiere el descanso para recuperar fuerzas y salir, con la luna, a perseguir la vida sin fin.

El Castillo de Drácula:

Queda junto al mito del vampiro irredento, la leyenda de aquel lugar en el que comenzó la historia, aquel su refugio que fue siempre un castillo gótico, siniestro y perdido entre las montañas de una Transilvania asimismo misteriosa, en donde sus habitantes, campesinos casi todos según nos han enseñado en las historias de misterio, lo miran a lo lejos, entre bruma y tinieblas, azadón en mano, y tienen que refugiarse en sus pequeñas casas en cuanto los rayos del sol concluyen para dar paso a una noche peligrosa.

Siempre hay un refugio. Hay un lugar en el que se resumen el día, la noche, la felicidad, la tristeza, la soledad y la alegría, la nostalgia y la esperanza. Siempre hay un lugar, para casi todos en el mundo. Es la casa de uno.

Por supuesto el vampiro tiene su refugio. El príncipe Vlad Dracul Tepes tiene el lugar recóndito al que llega triste, solitario, cabizbajo y más con ganas de morir y que definitivamente le claven la estaca en el corazón –porque se supone que lo tiene-, lo que le permitirá descansar eternamente y no tener que vivir en contra de su naturaleza original.

El refugio de Drácula está ubicado en una colina entre los frondosos bosques de los Cárpatos y tiene su historia. A saber: Dietrich, de los caballeros de la Orden Teutónica, en Brasov, centro de Rumania ordenó construir el castillo de Bran en 1212 el cual fue  reconstruido en 1377 cuando se decidió cambiar la estructura original de madera a una de tipo gótico de piedra y ladrillo.

Desde 1412 pasó a ser propiedad del abuelo del príncipe Vlad, Mircea el Viejo, y durante la Edad Media sirvió para defender el camino comercial que comunicaba Valaquia con Transilvania. El príncipe Vlad “el Empalador” también fue su heredero y lo utilizó para fines militares varias veces, durante su reinado. Ahí mismo fue prisionero.

Adiós Vlad, adiós.

Ya en este siglo, después de que el gobierno rumano devolvió la propiedad a los herederos de la princesa Ileana, poseedora del castillo de Vlad: el ingeniero Dominic de Habsburgo Lotringen y sus hermanas María Magdalena Holzhausen y Elizabeth Sandhofer anunciaron que el castillo estaba en venta. Setecientos noventa y cinco años después de haber sido construido se puso a disposición del mejor postor.

Los cables internacionales lo anunciaron así el 8 de enero de 2007: “El condado de Brasov, situado en el centro de Rumania, ha pedido un préstamo de 60 millones de euros a un banco extranjero para costear la compra del castillo de Drácula, que el gobierno de ese país había devuelto a su legítimo propietario tras expropiarlo en 1948, durante el régimen comunista, y que éste había decidido poner a la venta casi de inmediato, según informa la agencia de noticias Bloomberg (…)

“El presidente del condado de Brasov, Aristotel Cancescu, ha confirmado su intención de comprar el castillo a su dueño, que vive en Nueva York: ‘Queremos hacer algo para recuperar el castillo y gestionarlo, creemos que sería una buenísima oportunidad para desarrollar el turismo”. Hoy es museo y venta de ‘souvenirs’

Adiós Vlad, Adiós: tu casa ya no es tu casa. A la carga de vivir muerto entre los vivos, eternamente, se suma la de vagar sin refugio, sin techo, sin cobijo, sin la luz mortecina que se asoma a los pequeñas ventanas de lo que fue tu castillo, al que llegabas cada madrugada para sentarte a la orilla de tu ataúd a reflexionar sobre la vida, el dolor y la muerte del profeta; el que pudo morir y el único que podrá salvarte algún día. Vaya, pues, Dracul, a descansar un poco porque esta noche hay que caminar y caminar, la jornada será muy fría y la noche muy larga…

jhsantiago@prodigy.net.mx

La primera vez que vi al vampiro fue una noche brumosa y solitaria. Según mis cálculos debió haber sido por diciembre o enero porque en la ciudad de México esa es una época en la que hace frío y ahí se veía en el vaho del aliento de uno o dos transeúntes que caminaban encorvados y de prisa, abrigados hasta el rostro y con sombreros de fieltro.

A lo largo de una larguísima calle se encontraba abierto un pequeño café cuya luz interior se extendía tenue hacia afuera, como bocanada. Adentro había unas cuantas personas, cinco o seis; todas ellas de tipo trabajador, cansados y tomando algo caliente en silencio. Entre ellos estaba una joven de cabello teñido de rubio y vestida de forma ‘extravagante’.

Afuera, en medio de la penumbra y el silencio caminaba a media calle, con paso firme, erguido y con aire aristocrático. Vestía frac con camisa blanca y pajarita. Lo envolvía una capa obscura con cuello levantado. Su enrojecida mirada observaba fijamente hacia el cafetín. Naturalmente su rostro imperturbable permanecía iluminado todo el tiempo. De porte distinguido, alto, flaco y huesudo del rostro, sus ojos expresaban al mismo tiempo avidez, venganza, reproche, odio o todo junto: ya ni sé. Rojos ellos, los ojos. Hoy se diría que venía como “pacheco”. Pero no.

Lleva un pectoral con una enorme piedra brillante. Con sus dedos afilados y uñas muy largas lo frota en redondo, momento en el que la joven, como por hipnosis decide salir del lugar y se echa a caminar por esa calle tenebrosa. Cuando la ve a cierta distancia el vampiro esboza una sonrisa diabólica, se agacha un poco y de pronto se eleva por los aires, ya convertido en ‘murciégalo’ que emite un sonido espeluznante y se lanza sobre la muchacha que intenta huir. Ella alcanza a emitir un grito de terror, pero ya es tarde: el ‘mampiro’ ha cumplido el ritual nocturno de su renacimiento… tan sólo por esa noche…

Esa fue la primera vez que vi al vampiro. Era una película mexicana en la que actuaba como el monstruo de la noche el actor español Germán Robles (“ El Vampiro” 1957, dirigida por Fernando Méndez). Ese es uno de mis grandes recuerdos… como el del cura Benet, cuyo único trabajo en la vida era el de darme coscorrones.

Visto desde la perspectiva del terror, el personaje cumple cabalmente con el objetivo de generarnos miedo intenso y hacernos reflexionar sobre la posibilidad de fenómenos que van más allá de la comprensión humana. Es el caso del personaje más temido, pero también más apreciado: Drácula.

El vampiro, que es el conde Drácula, es un personaje al que se le teme, pero por el que se siente tristeza y consideración por la profunda soledad que expresa. Vaga solitario, lucha por su supervivencia, se comunica a través de sombras y silencios y sabe de su eterno peregrinar pero en el fondo ya no lo quiere: un ataúd diurno es su universo interminable.

El conde Drácula tenía un castillo en Transilvania en el que se refugiaba para pasar del día a la noche, que es cuando debe surgir de las tinieblas para saciar su necesidad de vida, y esta vida sólo puede otorgársela la sangre humana, particularmente de gente inocente y en particular la de la gente que él ama, o por lo menos eso queda asentado en la obra del irlandés Bram Stoker “Drácula”, quien inició el largo peregrinar del vampiro en 1897…

 

El personaje real que dio origen al imaginario vampiro, el que tiene que salir de su tumba cada noche para chupar la sangre de gente inocente y así subsistir, es el príncipe Vlad Dracul.

Nació en 1428 y provenía de una familia aristócrata rumana. Hijo de Vlad y nieto de Mircea el grande, se le educó como noble en la corte de Segismundo de Luxemburgo. Fue ahí en donde se incorpora a la Orden del Dragón, por lo que los rumanos le sobre nombraron Dracul, que en rumano quiere decir dragón, pero que en lenguaje campesino también quiere decir ‘demonio’. Pero no fue por ello que se le conoció como ‘hijo del diablo’, sino por sus hechos de gobierno.

“Tras años de luchas intestinas su padre Vlad consolidó su trono y se decidió a tener hijos, entre ellos su futuro sucesor. Este se crió entre batallas, pillajes y ejecuciones, mostrando desde niño una morbosa fascinación por las mazmorras. Al crecer, los vientos de la política lo llevaron a servir como oficial del sultán turco. Finalmente a los 25 años, tomó el trono de su padre (Valaquia hoy pertenece a Rumania) y ahí comenzaron los problemas…

“Su primera medida fue la de ejecutar a todo el consejo de Boyardos que tradicionalmente moderaba a los príncipes: primero empaló a sus mujeres y niños, luego los hizo trabajar reconstruyendo una fortaleza y cavando túneles, para finalmente empalarlos también.

“Según las crónicas, usó su sangre para teñir de rojo el cemento de las torres. Esa crueldad era sólo el comienzo. Vlad Dracul Tepes (Tepes por empalador) desató un reino de terror que transformó Rumania en una tierra sin crímenes, sin insultos, la menor contradicción a la voluntad del príncipe significaba muerte inmediata”. Digamos que hasta aquí una de las facetas del famosísimo Dracul… pero hay otras que bien le favorecen.

Por ejemplo, el que en Rumania se le considera un héroe nacional porque “defendió los intereses e independencia de su país y del cristianismo”. Aun se relata ahí, por ejemplo, que durante su reinado, de 1452 a 1462, ejecutó a 50 mil personas empalándolas en largas estacas, particularmente prisioneros capturados en las guerras con los turcos,  de quienes aprendió este sistema de tortura.

Más allá de la leyenda del malévolo príncipe Vlad Dracul Tepes, o de su faceta de héroe nacional rumano, está la historia de ese un personaje que produce escalofrío tan sólo de pensar que pudiera aparecérsenos una noche clara de inquietos luceros, ya en la intimidad de nuestra habitación o en alguna calle solitaria.

En todo caso, todavía hasta hace algún tiempo ese personaje solitario, seductor, misterioso, elegante, callado y triste, muy triste, tenía el consuelo de un refugio nocturno al cual llegar cuando los rayos del sol estuvieran a punto y cuando él requiere el descanso para recuperar fuerzas y salir, con la luna, a perseguir la vida sin fin.

El Castillo de Drácula:

Queda junto al mito del vampiro irredento, la leyenda de aquel lugar en el que comenzó la historia, aquel su refugio que fue siempre un castillo gótico, siniestro y perdido entre las montañas de una Transilvania asimismo misteriosa, en donde sus habitantes, campesinos casi todos según nos han enseñado en las historias de misterio, lo miran a lo lejos, entre bruma y tinieblas, azadón en mano, y tienen que refugiarse en sus pequeñas casas en cuanto los rayos del sol concluyen para dar paso a una noche peligrosa.

Siempre hay un refugio. Hay un lugar en el que se resumen el día, la noche, la felicidad, la tristeza, la soledad y la alegría, la nostalgia y la esperanza. Siempre hay un lugar, para casi todos en el mundo. Es la casa de uno.

Por supuesto el vampiro tiene su refugio. El príncipe Vlad Dracul Tepes tiene el lugar recóndito al que llega triste, solitario, cabizbajo y más con ganas de morir y que definitivamente le claven la estaca en el corazón –porque se supone que lo tiene-, lo que le permitirá descansar eternamente y no tener que vivir en contra de su naturaleza original.

El refugio de Drácula está ubicado en una colina entre los frondosos bosques de los Cárpatos y tiene su historia. A saber: Dietrich, de los caballeros de la Orden Teutónica, en Brasov, centro de Rumania ordenó construir el castillo de Bran en 1212 el cual fue  reconstruido en 1377 cuando se decidió cambiar la estructura original de madera a una de tipo gótico de piedra y ladrillo.

Desde 1412 pasó a ser propiedad del abuelo del príncipe Vlad, Mircea el Viejo, y durante la Edad Media sirvió para defender el camino comercial que comunicaba Valaquia con Transilvania. El príncipe Vlad “el Empalador” también fue su heredero y lo utilizó para fines militares varias veces, durante su reinado. Ahí mismo fue prisionero.

Adiós Vlad, adiós.

Ya en este siglo, después de que el gobierno rumano devolvió la propiedad a los herederos de la princesa Ileana, poseedora del castillo de Vlad: el ingeniero Dominic de Habsburgo Lotringen y sus hermanas María Magdalena Holzhausen y Elizabeth Sandhofer anunciaron que el castillo estaba en venta. Setecientos noventa y cinco años después de haber sido construido se puso a disposición del mejor postor.

Los cables internacionales lo anunciaron así el 8 de enero de 2007: “El condado de Brasov, situado en el centro de Rumania, ha pedido un préstamo de 60 millones de euros a un banco extranjero para costear la compra del castillo de Drácula, que el gobierno de ese país había devuelto a su legítimo propietario tras expropiarlo en 1948, durante el régimen comunista, y que éste había decidido poner a la venta casi de inmediato, según informa la agencia de noticias Bloomberg (…)

“El presidente del condado de Brasov, Aristotel Cancescu, ha confirmado su intención de comprar el castillo a su dueño, que vive en Nueva York: ‘Queremos hacer algo para recuperar el castillo y gestionarlo, creemos que sería una buenísima oportunidad para desarrollar el turismo”. Hoy es museo y venta de ‘souvenirs’

Adiós Vlad, Adiós: tu casa ya no es tu casa. A la carga de vivir muerto entre los vivos, eternamente, se suma la de vagar sin refugio, sin techo, sin cobijo, sin la luz mortecina que se asoma a los pequeñas ventanas de lo que fue tu castillo, al que llegabas cada madrugada para sentarte a la orilla de tu ataúd a reflexionar sobre la vida, el dolor y la muerte del profeta; el que pudo morir y el único que podrá salvarte algún día. Vaya, pues, Dracul, a descansar un poco porque esta noche hay que caminar y caminar, la jornada será muy fría y la noche muy larga…

jhsantiago@prodigy.net.mx

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