/ lunes 1 de julio de 2024

Libertas Capitur / La Cuarta Transformación tiene dueño  

Corre prisa al casi ex presidente Andrés Manuel López Obrador, por dejar en orden los principales asuntos que durante la mayor parte de su mandato no pudo resolver y que pudieran oponerse a su deseo evidente de continuar como referente en las decisiones del próximo gobierno.

En este propósito se inscriben el impulso a las iniciativas de reformas constitucionales, las presiones sobre la agenda pública a la presidenta electa Claudia Sheinbaum; y su reciente declaración sobre su (improbable) retiro de la política activa:

“Sólo atendería yo un llamado de mi presidenta; también, haciendo uso de mi derecho a disentir”, dijo con sobrada suspicacia. No hay que ser adivino ni experto lingüista, para entender lo que esta frase lapidaria implica: su retiro de la política es un cuento engañabobos.

En México a partir de las experiencias posrevolucionarias en la trasmisión del poder presidencial, se estableció una ley no escrita: el expresidente deja toda pretensión de seguir ejerciendo alguna influencia o presión en la política nacional, so pena de las represalias del presidente en turno.

Es más, en el largo periodo a cargo del PRI, se practicó consistentemente otra ley no escrita: el presidente en turno consultaba sus decisiones con el candidato presidencial, quien daba o negaba su anuencia según considerara que pudieran afectar sus planes y proyectos.

Estas leyes no escritas acotaron claramente las pretensiones del Poder Ejecutivo Federal a los límites estrictos de su periodo constitucional y construyeron una cultura de civilidad, entendida esta como una serie de cortesías del presidente con su sucesor, en aras de la estabilidad política.

Algo completamente distinto a lo que sucedió entre López Obrador y Claudia Sheinbaum, que es un secreto a voces: el presidente actual no sólo impidió que su candidata opinara sobre sus decisiones políticas en el gobierno y en su partido, sino que tomó decisiones en contra de la opinión de esta.

Esto fue patente a partir de la entrega del bastón de mando, que los más ortodoxos interpretaron como una expresión de aquellas leyes no escritas del sistema político mexicano, pero que en realidad fue una burla a la candidata y un ejercicio táctico del presidente:

Le permitió distinguir palmariamente entre los simples buscadores de poder y los verdaderamente fieles al proyecto genuino de la Cuarta Transformación, es decir, a él mismo. Porque si alguien pretende definir qué significa la Cuarta Transformación sin Andrés Manuel López Obrador, se equivoca de cabo a rabo. La Cuarta Transformación es él.

Los que corrieron detrás de Claudia Sheinbaum y su bastón de mando, para acordar planes y acciones con ella, tendrán que seguir picando piedra. No entendieron quién es el títere y quién mueve la cruceta. Y por tanto, no forman parte del proyecto transexenal del segundo piso de la Cuarta Transformación.

La única que sí lo entendió fue la propia candidata, quien apretó los labios y se dejó conducir sin resistencias. Y su papel en los próximos años será el mismo que ha tenido a la sombra del caudillo, si no manifiesta un proyecto propio y construye su propio andamiaje a partir del poder que ya detenta pero que no se ha decidido a ejercer.

No es un secreto que las listas de candidatos a diputados federales, senadores y gobernadores, fueron decisiones directas del presidente López Obrador, muchas veces en contra de los deseos de la candidata Sheinbaum. La más emblemática, tal vez, la designación de Clara Brugada en la CDMX, entidad que recién gobernó la actual presidente electa.

Quedan 96 días para que el presidente López Obrador fortalezca su poder e impulse la permanencia de la Cuarta Transformación (él mismo) en el siguiente sexenio. Para ello es crucial imponer en el gabinete de Claudia Sheinbaum, a quienes se mostraron fieles a su proyecto; derruir el último escollo institucional que pudiera constituir una alianza estratégica con la nueva titular del Poder Ejecutivo, el Poder Judicial; y mantener el sistema de recompensas y castigos en manos de sus fieles.

Con un poder legislativo bajo el dominio casi absoluto del presidente actual y una presidente electa al parecer anuente y en una actitud pasiva, es difícil pensar que pueda suceder lo contrario.

Sólo queda esperar que afloren oportunamente la paciencia, habilidad y voluntad de poder de Claudia Sheinbaum, que asuma el liderazgo institucional que le corresponde y entienda que la Cuarta Transformación no le pertenece, porque tiene un propietario celoso y posesivo.


E-mail: libertascapitur.chis@gmail.com

Canal de WhatsApp: https://whatsapp.com/channel/0029VaZHXqMF6smynhGZUL1c

Corre prisa al casi ex presidente Andrés Manuel López Obrador, por dejar en orden los principales asuntos que durante la mayor parte de su mandato no pudo resolver y que pudieran oponerse a su deseo evidente de continuar como referente en las decisiones del próximo gobierno.

En este propósito se inscriben el impulso a las iniciativas de reformas constitucionales, las presiones sobre la agenda pública a la presidenta electa Claudia Sheinbaum; y su reciente declaración sobre su (improbable) retiro de la política activa:

“Sólo atendería yo un llamado de mi presidenta; también, haciendo uso de mi derecho a disentir”, dijo con sobrada suspicacia. No hay que ser adivino ni experto lingüista, para entender lo que esta frase lapidaria implica: su retiro de la política es un cuento engañabobos.

En México a partir de las experiencias posrevolucionarias en la trasmisión del poder presidencial, se estableció una ley no escrita: el expresidente deja toda pretensión de seguir ejerciendo alguna influencia o presión en la política nacional, so pena de las represalias del presidente en turno.

Es más, en el largo periodo a cargo del PRI, se practicó consistentemente otra ley no escrita: el presidente en turno consultaba sus decisiones con el candidato presidencial, quien daba o negaba su anuencia según considerara que pudieran afectar sus planes y proyectos.

Estas leyes no escritas acotaron claramente las pretensiones del Poder Ejecutivo Federal a los límites estrictos de su periodo constitucional y construyeron una cultura de civilidad, entendida esta como una serie de cortesías del presidente con su sucesor, en aras de la estabilidad política.

Algo completamente distinto a lo que sucedió entre López Obrador y Claudia Sheinbaum, que es un secreto a voces: el presidente actual no sólo impidió que su candidata opinara sobre sus decisiones políticas en el gobierno y en su partido, sino que tomó decisiones en contra de la opinión de esta.

Esto fue patente a partir de la entrega del bastón de mando, que los más ortodoxos interpretaron como una expresión de aquellas leyes no escritas del sistema político mexicano, pero que en realidad fue una burla a la candidata y un ejercicio táctico del presidente:

Le permitió distinguir palmariamente entre los simples buscadores de poder y los verdaderamente fieles al proyecto genuino de la Cuarta Transformación, es decir, a él mismo. Porque si alguien pretende definir qué significa la Cuarta Transformación sin Andrés Manuel López Obrador, se equivoca de cabo a rabo. La Cuarta Transformación es él.

Los que corrieron detrás de Claudia Sheinbaum y su bastón de mando, para acordar planes y acciones con ella, tendrán que seguir picando piedra. No entendieron quién es el títere y quién mueve la cruceta. Y por tanto, no forman parte del proyecto transexenal del segundo piso de la Cuarta Transformación.

La única que sí lo entendió fue la propia candidata, quien apretó los labios y se dejó conducir sin resistencias. Y su papel en los próximos años será el mismo que ha tenido a la sombra del caudillo, si no manifiesta un proyecto propio y construye su propio andamiaje a partir del poder que ya detenta pero que no se ha decidido a ejercer.

No es un secreto que las listas de candidatos a diputados federales, senadores y gobernadores, fueron decisiones directas del presidente López Obrador, muchas veces en contra de los deseos de la candidata Sheinbaum. La más emblemática, tal vez, la designación de Clara Brugada en la CDMX, entidad que recién gobernó la actual presidente electa.

Quedan 96 días para que el presidente López Obrador fortalezca su poder e impulse la permanencia de la Cuarta Transformación (él mismo) en el siguiente sexenio. Para ello es crucial imponer en el gabinete de Claudia Sheinbaum, a quienes se mostraron fieles a su proyecto; derruir el último escollo institucional que pudiera constituir una alianza estratégica con la nueva titular del Poder Ejecutivo, el Poder Judicial; y mantener el sistema de recompensas y castigos en manos de sus fieles.

Con un poder legislativo bajo el dominio casi absoluto del presidente actual y una presidente electa al parecer anuente y en una actitud pasiva, es difícil pensar que pueda suceder lo contrario.

Sólo queda esperar que afloren oportunamente la paciencia, habilidad y voluntad de poder de Claudia Sheinbaum, que asuma el liderazgo institucional que le corresponde y entienda que la Cuarta Transformación no le pertenece, porque tiene un propietario celoso y posesivo.


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