Para nadie es un secreto que existen dos grandes “Méxicos”: uno próspero, que crece a un ritmo razonable, genera empleo y mayor bienestar para su población; y otro, en el Sur- sureste, que no sólo se ha rezagado, sino que continúa viviendo una severa crisis económica y social.
El flagelo de la pobreza es una deuda moral que cada día se vuelve más grande, pesada e intolerable. Nadie en el siglo XXI debería vivir por debajo de los niveles mínimos de bienestar, y el Estado Mexicano, debe ser capaz de garantizarlo.
México y el mundo viven tiempos de cambio. Potencias antes indiscutibles como Estados Unidos de América del Norte, enfrentan ahora el desafío de otras, como China.
Los otrora defensores norteamericanos de la libertad comercial, hoy -bajo un gobierno como el de Donald Trump-, encabezan una absurda batalla proteccionista que tiene al planeta al borde de una destructiva “guerra comercial”. Hasta hace poco, ese proteccionismo tenía en la incertidumbre al Tratado de Libre Comercio de América del Norte, que en unos meses se convertirá en el Acuerdo México, Estados Unidos de América del Norte y Canadá.
En este contexto, los mexicanos votaron también de manera mayoritaria por un cambio el pasado 1 de julio. El nuevo régimen, habrá de significar un cambio de paradigma en el modelo de desarrollo que ha prevalecido en México durante más de tres décadas.
Es justo ahí que puede identificarse un nuevo gran momento para nuestros estados del Sur- sureste.
El nuevo gobierno federal trabajará con una óptica muy distinta, que pondrá al centro a los grupos y regiones más vulnerables del país. Por eso, hay renovadas esperanzas de que esta región comenzará, por fin a recuperar el terreno, el empuje y la productividad, perdidos.
De entrada, gracias a la descentralización de la Administración Pública, llegarán más recursos económicos y humanos a aportar su trabajo, esfuerzo y capital, que antes estaba concentrado en la Ciudad de México.
Asimismo, grandes proyectos como el programa para la siembra de un millón de hectáreas de árboles frutales y maderables, crearán más de 400 mil empleos directos con un ingreso mensual de cinco mil pesos. La inversión total será de entre 12 y 15 mil millones de pesos, y las entidades más beneficiados serán las sureñas.
De igual modo, el Tren Maya -que tardará cuatro años en construirse- traerá consigo una inversión de 150 mil millones de pesos, pero sus beneficios serán permanentes, con un gran impacto en la movilidad de mercancías y el turismo.
A esto se sumarán otras grandes y pequeñas obras de gran trascendencia social, como la refinería en Dos Bocas, Tabasco, y la construcción de caminos que incorporen mano de obra intensiva, hacia las cabeceras municipales de Oaxaca y Chiapas.
El Presidente electo, ha anunciado, además que habrá apoyos para los productores del campo mediante créditos a la palabra, precios de garantía, fertilizantes económicos y orgánicos.
En definitiva, llegó la hora del sureste. Los recursos que recibirá no tienen precedente, y permitirán cerrar la brecha que existe con los estados del Centro y Norte del país.
Otros proyectos como las Zonas Económicas Especiales, que se han iniciado en el actual sexenio, más los que se pondrán en marcha, permitirán expandir la productividad, el crecimiento económico, mejorar los ingresos y la calidad de vida de millones de personas. Ya era hora.
Seguirán estando pendientes, sin embargo, otras grandes obras de infraestructura, como la carretera Palenque- San Cristóbal, en Chiapas, pero sobre esta agenda abordaremos en nuestra siguiente entrega.
El nuevo régimen, habrá de significar un cambio de paradigma en el modelo de desarrollo que ha prevalecido en México durante más de tres décadas
El Tren Maya -que tardará cuatro años en construirse- traerá consigo una inversión de 150 mil millones de pesos, pero sus beneficios serán permanentes, con un gran impacto en la movilidad de mercancías y el turismo